Raros, torpes y hermosos es un volumen de relatos importado directamente desde el universo particular de Raúl Jiménez. Como lector, necesito que el narrador tenga voz. Si no la tiene, si su discurso es vulgar, será raro que pase de la página nueve.
“La abuela había sido maestra. Así que a mamá le pareció lo más adecuado que fuera ella quien nos enseñara a leer. Papá al principió protestó: ¡Pero si está muerta! Luego mamá le mostró la güija y el pobre papá se quedó sin argumentos”.
Así se las gasta RJ. La prosa es personal. El tema, siempre sorprendente. El mensaje: que cada cual saque sus propias conclusiones. Entrar en el mundo de RJ es toda una aventura. Una viaje inolvidable.
“Nuestra hija dibujaba mapas. Complicados y detallados mapas de lugares que no existían. ¿Cómo se llama este sitio?, le preguntábamos. ¿Y aquel? ¿Y ese otro? Ella inventaba nombres: Europa, África, América”.
En Raros, torpes y hermosos hay cuentos largos, cuentos cortos y microcuentos. Hay historias de todo tipo y todas ellas tienen un sabor ambiguo. Cuarenta y cuatro relatos diferentes con un mismo denominador común.
“Hay que parar donde se vean camiones, decía papá. Los camioneros conocen los mejores sitios. Mentía. Los camioneros no tienen ni idea. Los columpios y toboganes estaban siempre oxidados y rotos”.
Yo no he leído este libro. Me lo han leído. En verano nos quedamos a comer en la tienda y mi novia me lee mientras cocino. Nos lo hemos pasado bien. Los cuentos es lo que tienen, que los puedes leer en cualquier momento.
“Mi hijo pequeño y yo estamos en el sofá de casa, viendo en la tablet un documental sobre felinos. En eso, aparece un tío enseñando a nadar a un tigre. Una cosa alucinante. Miro de reojo a mi hijo y lo descubro con la boca abierta. Pienso: es normal que se asombre, es una escena increíble. Él me tira de la manga y me habla con voz atropellada: ¡Papá, ese hombre está nadando con camiseta!”.
El libro nos llega de la mano de Sala 28, una editorial centrada en el cuento. Luis Leante y Rosa Pastor se encargan de hacernos llegar estas rarezas, que de vulgaridades ya andamos sobrados. El anterior título fue Relatos americanos, de Saljo Bellver, otro volumen de cuentos tan extraño como sabroso.
“Lo que sospechábamos se ha confirmado, la casa se mueve hacia la izquierda. Desde la última vez que medimos, ha avanzado nueve centímetros. Calculo que, a este paso, pronto estará junto al chopo. Me pregunto si parará entonces, o tumbará el tronco y seguirá hasta internarse en el bosque. Mamá dice que huye. Papá asegura que es al revés. La casa está persiguiendo algo. De momento no se nota, pero el año que viene tendremos que andar medio kilómetro más para llegar al colegio. Supongo que quiere ayudarme”.
Raúl Jiménez narra desde el surrealismo más cotidiano. Leerle es como ver el mundo a través de un vidrio sicótico. También hay morbo en sus historias, y no soslaya ningún tema. A veces, para entender las cosas, interesa mirarlas de otra forma, y de eso trata este libro, de la peculiar mirada de Raúl Jiménez.