Decía Baltasar Gracián que «Más valen quintaesencias que fárragos». Pienso lo mismo. Por desgracia, los escritores ágiles, ingeniosos y transparentes son tildados a menudo de superficiales mientras que a los plúmbeos, ramplones y enrevesados se les mira demasiadas veces con admiración, tal vez porque en general resulta más fácil ensalzar aquello que no se entiende del todo.
Es cosa de talentosos escribir al tiempo concisa y claramente. Aunque el lector inocente suele asociar precisión con simpleza y fárrago con maestría, los que andamos descalzos por los andamios literarios sabemos bien lo complicado que resulta narrar con sencillez. En Literatura, lo más fácil es meterte en laberintos, complejidades varias y jerigonzas. En Literatura, lo más difícil es narrar con esa naturalidad que sabe a verdad.
Química rosa es la ópera prima de Katie Arnoldi, que encuentra la sencillez de los inspirados para contarnos la historia que solo ella podía contar. Química rosa no tiene nada de rosa, no contiene historias de amor ni dulzuras ni femineidades ni empalagos ni nada que se le parezca. Química rosa está narrada en tercera persona por una autora que supo distanciarse de la historia antes de empezar a narrarla.
Acierta de nuevo Bunker Books con otra obra imprescindible. Empecé con los Inhumanos de Philippe Claudel, seguí con una Monica Drake que sabe mejor que nadie a qué sabe La locura de amar la vida y continúo hoy con esta Química rosa que explora el oscuro mundo del culturismo femenino de competición.
En mis reseñas, suelo transcribir los párrafos que más me han gustado. Voy tomando notas durante la lectura y luego elijo. He de confesar que no he apuntado nada de nada al respecto de la novela de Katie Arnoldi. ¿Que por qué? Porque no hay frases subrayables. Solo la obra completa es subrayable. La prosa es precisa, directa, contundente. No sobra nada. No falta nada. Katie sabía lo que quería contar y sabía cómo quería contarlo.
Así pues, cojamos un párrafo al azar. Pienso en una página. La 139. Pienso en un párrafo. El tercero. Me la estoy jugando. A ver qué sale. Aviso. Si ahora cuando lo busque resulta que es diálogo, lo cuelo igual. Sin trampa ni cartón. Y con el fragmento me despido. Katie Arnoldi ha escrito la Química rosa más agridulce. Si te va lo real, es tu libro.
«Él la cogió del brazo y tiró de ella para abrazarla, aprisionándola como si de una camisa de fuerza se tratase. Su fuerza y envergadura le impedían escapar. Aurora se hizo la muerta y espero a que se cansase de la bromita.
―Las gorditas me ponen cachondo. ¿Puedes sentirlo? ―La estrechó con más fuerza.
No podía respirar.
―Me gustas mucho así, nena ―dijo―. Grande.
―No me hace gracia, Rico. Suéltame, joder.
Intentó apartarse, enojada, y él la soltó.
―Eh, solo era una broma.
Aurora se encaminó hacia el gimnasio, pero él la volvió a coger del brazo.
―Espera. ―Su voz era ahora amable, seria―. ¿Qué te pasa?».