“Yo soy una señora: tratamiento arduo de conseguir, en mi caso, y más útil para alternar con los demás que un título extendido a mi nombre en cualquier academia”.
Queridas escritoras:
Pareciera que el síndrome de la impostora hace de las suyas y se vuelve compinche de la procrastinación, porque ya no supe qué decir.
“Soy más o menos fea. Eso depende mucho de la mano que aplica el maquillaje”.
“En general, rehúyo los espejos. Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal y que hago el ridículo cuando pretendo coquetear con alguien”.
Comencé a cuestionar con qué méritos es que justificaría poder compartir un mensaje; cómo mi voz sería merecedora de ser escuchada; cómo realizar un canto a mí misma y a nosotras sin sonar pretenciosa, o forzada, o “woke”, cuando hay muchas otras que valen la pena ser escuchadas. Cómo no temerle a divagar (como si a fuerzas tuviéramos que resolver las grandes interrogantes para ameritar un espacio). ¿Cómo escribir sin pesos?
“Sufro más bien por hábito, por herencia, por no diferenciarme más de mis congéneres que por causas concretas”.
Quizás muchas continuemos con esa Parca personal a cuestas, esperando a tropezar de nuevo, escondiendo nuevamente escritos e ideas de las que dudamos; pero quizás lo importante sea ahora resignificarla: que nos apropiemos de esa impostora, que se vuelva nuestra en esta expansión de las facetas personales. Que así como las mujeres tendemos a estar más conscientes de nuestros defectos, que esa conciencia no nos impida escuchar nuestros rasgos positivos, o hablar de lo que queramos y sepamos, sin deberle nada a nadie. Ironizándonos cada que queramos. Exponiéndonos cada que se antoje.
“Sería feliz si yo supiera cómo. Es decir, si me hubieran enseñado los gestos, los parlamentos, las decoraciones”.
Vi una vez un TikTok de una chica cuya psicóloga le encargó hacer una lista de lo más detallada sobre cómo sería su pareja ideal; luego le pidió un listado de cómo debería ser ella cuando tenga esa pareja. Las redes sociales actualmente a eso le dicen “manifestarlo”. La realidad aterrizada es seguir reconociéndonos, tanto en nosotras como en las otras.
“Pero el llanto es en mí un mecanismo descompuesto y no lloro en la cámara mortuoria ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe”.
“Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo el último recibo del impuesto predial”.
Deseo que sigamos escribiendo “este poema. Y otro. Y otro”. Y demos nuestra cátedra como la Rosario en su “Autorretrato”. Que nuestras voces vivan como se nos plazca.
Atentamente,
Andrea.