Durante los últimos ochenta años el cine mexicano se ha encargado de representar a la clase baja y ¿Qué culpa tiene el niño? no es la excepción. Es una película cínica y con un tipo de comedia vulgar y facilona. Maru, interpretada por Karla Souza, gracias a una noche de borrachera termina embarazada. No se acuerda de lo que sucedió. Dudo mucho que el hombre que la embarazó estuviera en igualdad de condiciones pues ¡oh sorpresa! pudo mantener una erección.
No importa, la culpa es de ella por borracha y no de él que mantiene relaciones con una mujer en estado inconsciente. De nuevo el cine naturalizando violaciones, pero la película seguirá escalando y alcanzará un buen nivel de machismo.
Maru intenta abortar pero no puede, entre chiste y chiste se nos impone de nuevo esa idea: la mujer es dueña de su cuerpo pero sólo hasta cierto punto, por lo tanto ¿qué culpa tiene el niño? Como dicen sus amigas “se te puede olvidar comer, pero tomar la píldora… jamás”. Ahí es cuando la protagonista decide ubicar al padre y piensa que lo ha encontrado: es un adolescente pobre.
De apodo la Rana, este adolescente tiene una madre que habla todo el tiempo como si tuviera un chicle en la boca y viste de todos los colores posibles ¡porque claro, la pobreza es eso!, vestir y hablar de una manera particular.
La pobreza, en la narrativa de la película, no tiene relación con las dobles y mal pagadas jornadas de trabajo, con un salario mínimo que no alcanza para las necesidades más básicas, ni con una estructura política-económica que poco permite la movilidad social. Mucho menos se relaciona con la migración y sus recorridos de pesadilla. En México los pobres siguen siendo pobres porque quieren y ¡qué mal gusto tienen!
Representar de esa manera a la clase baja y media-baja sirve para que exista una diferenciación entre “ellos” y “nosotros”. Así, hay una enorme carencia por parte de la población en general para ubicarse en la clase a la que realmente pertenecen.
Hombres y mujeres vivirán en el espejismo de pertenecer a la clase media gracias a los eternos créditos y sus respectivos endeudamientos.
La falta de consciencia de clase resulta peligrosa ya que, aumenta la pasividad y disminuye la empatía hacia personas que están en una misma o peor condición. La mamá de la Rana entonces se convierte en una caricatura y en el centro de todos los prejuicios.
Por otro lado, el papá de Maru que es diputado, termina sacando del “torito” a su nueva familia política. En otras ocasiones le dirá a su chofer que los lleve hasta su casa. La metáfora perfecta entre las relaciones que tienen los servidores públicos con un enorme poder y el resto de los mortales; “a nosotros nos hacen favores”.
Pero la cereza del pastel viene cuando a su hija le advierte “o te casas o dejo de darte dinero para tu fundación de niños pobres”. En esta relación padre-hija, Maru es una subordinada por partida doble; es hija y empleada. El trabajo que, podría considerarse como emancipatorio por la independencia económica que brinda, en este caso, no lo es.
El diputado gana doble, la fundación le da prestigio político y sirve para controlar la vida privada de su familia.
¿Qué culpa tiene el niño? recaudó más de 192 millones de pesos… ¿hasta cuándo nos seguirán sacando risas y dinero películas con narrativas mediocres que refuerzan la desigualdad social como un problema menor?