Los signos sofistican el cuerpo
Jean Baudrillard.
El hombre se expresa porque siente necesidad de hacerlo. Y es en esta necesidad que existimos, es decir, que el hombre solo existe fuera de sí como un ente social. Si solo quisiera existir para sí, bastaría con el pensamiento, pero cierto acto de fe en nosotros mismos nos hace expresarnos con los demás y mostrarnos como entes que habitan. Diremos, siguiendo el pensamiento Marxista, que el hombre se refleja en otro hombre para referirse a sí mismo como tal. En esta relación del hombre por el hombre, nace por medio de la interacción, el ser social, el cual ahora creará un código comunicativo para relacionarse con los demás y nombrar lo que hay en su entorno. Dentro de este código, que no es sino una convención semántica y unificada, convergen una serie de signos que son comprensibles por medio de la interpretación.
Teniendo en cuenta este análisis del hombre como ser social que interpreta y es interpretado por el mundo, por medio de signos, me situaré en un escenario cotidiano y banal para la introducción de esta suerte de análisis. La primera vez que acudí al baño de mi universidad me encontré con una serie de mensajes escritos en las paredes de éste. Sé que es común que los baños públicos se encuentren rayados por entes ajenos a nosotros, pero lo que llamó mi atención de estos en específico, es que no solo había sentencias sueltas como un “puto el que lo lea” “llámame (acompañado de un numero de celular)” o “te amo (acompañado de un nombre)”. No, lejos de estas declaraciones amorosas o frases peyorativas, había una especie de debate sobre temas actuales como el aborto, posturas que o ya se situaban a favor del veganismo o en contra, también se hablaba del tema del voto nulo, el apoyo a la lucha feminista, entre otros.
He de decir que sentí este suceso como una revelación. Pensé que el humano, desde donde se encuentre, siempre sentirá la pulsión de comunicarse. Yo, en ese momento, dentro de un sanitario, fui partícipe de una conversación en la que poco importaba quién la había comenzado, el signo le pertenecía a quien lo tomara. Pero en esta situación no solo existe el ente pasivo, sino que el interpretante será también interpretado y por tanto, será un signo. Para justificar esto aludiré al estadounidense Charles S. Pierce, uno de los principales exponentes del pragmatismo filosófico, para explicar los tres elementos que para él conforman el signo.
Pierce propone al signo como un representamen, a un interpretante como la idea del representamen en la mente de quien percibe el signo y al objeto como aquello a lo que alude el representamen. Además, divide al interpretante en tres tipos: el inmediato, que es el significado del signo, el interpretante dinámico, que es el sentido captado por un sujeto singular y el interpretante en sí, que deviene en los signos que se crean a partir de las interpretaciones. Diremos, volviendo al ejemplo anterior, que quien se sienta en el sanitario es el interpretante que percibe en las paredes al representamen y piensa en un objeto como referente. En este caso diremos que el interpretante será un interpretante en sí, ya que a partir de sus interpretaciones engendrará nuevos signos de carácter lógico. En la concepción de Pierce el signo nunca se agota, es decir, ocurre una semiosis infinita, ya que el que funge como interpretante, se vuelve, por medio de la significación, un signo que a su vez puede ser interpretado. Llegando a este punto pondremos al hombre como un ser semiótico digno de un análisis espaciado.
El cuerpo fragmentado
El cuerpo, además de ser un conjunto de partes anatómicas que en unión funcionan como un todo que sangra, respira, penetra y es penetrado, es una sexuada construcción social. En esta construcción, los cuerpos son divididos por la diferencia biológica entre los sexos, planteando los conceptos de lo masculino y lo femenino. Y en esta justificación social de diversidad es que nace la jerarquización que deviene en relaciones de dominación. Esta dominación nace con el principio de “hinchazón” que plantea la fecundación. El hombre con su órgano sexual hinchado penetra a la mujer para depositar en ella la vida que con el tiempo crecerá e hinchará su vientre. A partir de esto es que se el falo se erige como un ente social que es el origen de la sociedad falo céntrica en la que la mujer padece la dominación masculina. Sobre esto el sociólogo Pierre Bordieu dirá en su libro La dominación masculina:
Cuando los dominados aplican a lo que se les domina unos esquemas que son el producto de la dominación, o, en otras palabras, cuando sus pensamientos y sus percepciones están estructurados de acuerdo con las propias estructuras de la relación de dominación que se les ha impuesto, sus actos de conocimiento son inevitablemente, unos actos de reconocimiento, de sumisión.
Es decir, el problema no reside en que anatómicamente exista un penetrador y un penetrado en la relación de sexos, sino en que esta jerarquía simbólica traspase al ámbito psicosocial de los seres. Volviendo a los entes como signos, diremos que las personas, como objeto, jamás agotan sus posibilidades, con esto me refiero a que las personas además de ser hombre o mujer, también son un sinfín de categorías sociales. Así, diremos que la mujer puede ser madre, hija, hermana, amiga, trabajadora, asesina y una interminable lista de tópicos sociales. Sin embargo, como símbolo, no se desplaza en el mundo social como un ente aislado, sino que se erige en función de la figura del hombre. Lacan decía ante esto que la mujer es un “síntoma”, específicamente un síntoma del hombre, en el sentido de que solo puede entrar en la economía simbólica de los hombres como un objeto fantasmático, causa del deseo de ellos.
Así, cuando la mujer es un objeto de deseo del hombre podemos hablar de ella como un objeto – fetichizado. Para explicar esto aludiremos a la concepción del filósofo Jean Baudrillard en la que explica que la mujer se viste y arregla, no para lucir hermosa, sino para que atestigüe con lujo la legitimidad o el privilegio social de su amo. El signo en ella, dice Baudrillard, la marca (maquillaje, tatuajes, accesorios, ropa) es lo que fascina, el artefacto es el objeto de deseo. El cuerpo fetichizado se vuelve entonces una mercancía, dejando de lado lo elemental que se encuentra en el deseo de un cuerpo desnudo desprovisto de signos.
Esta nueva concepción del cuerpo hecho y fingido se debe, en gran parte, a la labor que los medios de comunicación, por medio de la publicidad realizan para posicionar la moda como un alienante. Por eso será necesario hablar del poder de persuasión del signo, por medio de la publicidad.
El día que Fidel Castro se volvió una Coca-Cola
Hace cuatro años la corporación multinacional de bebidas estadounidense, Coca Cola Company, lanzó una campaña para promover aún más el consumo de su producto estrella, la gaseosa de cola. La campaña consiste en colocar distintos nombres propios (los más comunes dependiendo la región) en las latas de refresco. Esta inteligente estrategia desató de una manera desmesurada el consumo de este refresco. Así teníamos que, en México por ejemplo, María o Juan podían beberse a sí mismos, por medio de la apropiación de su nombre en una lata.
Esta campaña quedó perfecta a esta época posmoderna en la que vivimos, en la que es más importante el individuo que la masa. Y no hablamos acá de esta idea del romanticismo en donde el humano se encontraba en el centro del universo para exaltar sus valores y ponerlo como eje central de la existencia. No, en la actualidad se rige el individuo como un ser en ruptura con el mundo, esto como producto de la era masiva de la tecnología. El ser cree estar conectado con todos y saber lo que pasa con más fluidez que antes, pero en esa inmediatez y esa información desmesurada, se encuentra solo tras una pantalla.
El sociólogo francés, Lipovetsky, propone este momento como la era del vacío, era del consumo masificado gracias a la alienación. Era en la que todos queremos ser los mejores, los más bellos, los más reconocidos, los más. Ante esto, nos encontramos con un ser en búsqueda de la aprobación de los demás. Tenemos al hombre que quiere sentirse especial, único e irrepetible. Gracias a esto, muchas empresas han lucrado por medio de la personalización de las cosas, así tenemos a empresas como Starbucks, Apple, Levis y seguramente, muchas otras más, que optan por personalizar sus productos con el nombre del cliente. Sin embargo, en esta supuesta personalización de los objetos sucede todo lo contrario, pues en lugar de que el individuo se apropie del objeto que adquiere, es la empresa la que se apropia del deseo y de la personalidad de las personas.
Las personas que ven su nombre grabado en una lata de Coca-Cola sienten la necesidad de adquirirla, pues lo perciben como un llamamiento, sin darse cuenta que además de consumir, están ayudando a la compañía a promocionarles su producto. Aquí sucede una lucha en la que el consumidor siempre tendrá que perder; los nombres propios no son propiedad intelectual, por lo tanto cualquier empresa puede usarlos con fines de lucro, por el contrario, las marcas registradas como Coca-Cola sí son propiedad intelectual y uno incurriría en un delito si intentará utilizar su nombre.
Coca-Cola es el mayor símbolo del capitalismo, pero a pesar de esta simbología relacionada con lo multinacional, Fidel Castro se ha pronunciado en varias ocasiones un fiel consumidor de esta bebida. Cuba es uno de los dos países en los que no se produce esta gaseosa, esto a partir de la llegada de Fidel al poder en Cuba, al derrocar al dictador Fulgencio Batista en 1959. Se dice que el aún presidente, Fidel, intentó en varias ocasiones producir una fórmula que se acercara a la norteamericana, incluso en una entrevista él mismo dijo que la receta que se producía en Cuba no sabía igual a la original, sino que sabía mejor, pues era propia.
Sin embargo, en marzo de este año, sucedió un encuentro histórico entre Cuba y Estados Unidos, ya que el presidente estadounidense Barack Obama, asistió a Cuba a firmar un acuerdo bilateral en pro del desarrollo de ambos países. Este hecho es muy relevante ya que fue la primera vez, desde 1928, que un presidente estadounidense llegó a Cuba a entablar diálogo político. Después de esta visita, Alex Castro, hijo de Fidel, declaró que están abiertos a la posibilidad de entablar lazos con las transnacionales norteamericanas Coca-Cola y McDonald’s.
El signo de la restaurada comunicación entre Cuba y Estados Unidos, puede hacer analogía con el posible regreso de Coca – Cola capitalista a la isla cubana socialista. Y no sé, tal vez no nos sorprenda ver bebiendo a Fidel su propio nombre de una lata.
El hombre ante un espejo, no existe
El hombre en su miedo por la soledad, busca pertenecer a distintos ámbitos colectivos, que crean a un ser unificado y borrado. Pierce dice que un hombre ante el espejo no es un signo, ya que el referente queda al descubierto por medio de la imagen propia. Tomaré esto como metáfora para explicar que en el ámbito social el hombre se aliena al imaginario colectivo impuesto que hace de él un ser más uniforme. Los imaginarios colectivos son creados por los medios electrónicos de comunicación, por medio del discurso. En esta práctica discursiva encontramos situaciones pragmáticas, articulaciones y conflictos de poder, en los que van implícitos intereses e ideologías.
Las ideologías, según el lingüista Van Dijk, consisten en representaciones sociales que definen la identidad social de un grupo. La ideología es parte fundamental de todo discurso, incluso podemos decir que es lo que lo sustenta. Hay discursos interpretativos (como literarios y artísticos), discursos persuasivos (políticos, publicitarios, religiosos y pedagógicos) y los discursos científicos, los cuales analizan y verifican la validez de otros discursos. Un rasgo esencial para la validez de un discurso es lo verosímil, que se refiere a un tipo de acuerdo social fundado en el sentido común, que constata que las cosas suelen suceder de acuerdo a lo que dicta la experiencia.
Por ejemplo, es normal (y por tanto verosímil) que un hombre muera al caer a un profundo barranco, donde no hay nadie que lo auxilie. Sin embargo, no es verosímil que cuarenta y tres hombres desaparezcan y las autoridades máximas de ese país no sepan lo que ocurrió. Es decir, que en la lógica verosímil de un discurso puede intervenir y ser desviado de su naturaleza, debido al poder y ciertos intereses. Además de que en la finalidad del discurso habrá una serie de fundamentos retóricos que se moverán en la persuasión para causar lo deseado en el que recibe el mensaje.
Aquí será importante la participación activa del receptor, para encontrar el código comunicativo en su estado puro y no del modo en que solo interesan los fines personales de quien lo emite. Para esto aludiremos al concepto de deconstrucción del filósofo Jaques Derrida para decir que lo importante en todo texto o discurso no se encuentra en el punto de focalización, sino en lo que se esconde, lo que está en las orillas, en la periferia, en lo marginado. Y deberá ser el lector quien deje su posición de agente pasivo para adentrarse en el texto y modificarlo hasta que encuentre su verdadera significación.