¿Cuántas veces hemos sido seducidos por dejar todo? ¿Por desaparecer por completo y no ser nosotros mismos?
Frente a la nada y el miedo que nos produce la inconsistencia de lo inseguro. Somos títeres que trabajamos de gallo a grillo, con horarios, con medidas, con metas y objetivos.
La esclavitud se ha transformado en una jornada laboral, en un horario de lunes a sábado con un día de descanso. Vivimos angustiados por satisfacer nuestras necesidades más inmediatas, subsistir y ya no vivir.
Nuestra rutina es la esclavitud diaria. Nuestra droga para la estabilidad. Un suelo donde nuestros pies supuestamente no se hunden, donde la espontaneidad ha sido sumergida entre el campo de manecillas y compromisos.
Sabemos qué tendremos que hacer mañana y pasado mañana, un día tras otro nos vamos hundiendo. Hemos dejado que el miedo se coma nuestros sueños, colocamos un sentido a esta supuesta totalidad. Nos abandonamos por el aparente valor de algo que “más allá” de lo que podemos ver.
Siempre tenemos la opción por dejarnos sumergir por el vértigo, aquella oscuridad que se abre ante nuestros ojos y pone senderos en nuestros pies.
El vértigo nos atrae, nos seduce, nos despierta y hace que anhele ante nuestras almas el deseo de caer ante aquello que nos aterra, el eterno devenir y la incertidumbre de no saber qué hacer. Pero al final despreciamos aquello que nos provoca temor, despreciamos ese mundo verdadero por aquello que es fiable e hipotéticamente duradero.
Quien quiere una verdadera vida deberá desprenderse, una y otra vez, de la tierra en que camina normalmente el hombre.
Tendrá que caminar, aventurándose en lo incierto y pantanoso, luchar contra el instinto primordial de buscar todos los días algo seguro donde establecerse.
El mundo está y no está al mismo tiempo, como el principio de indeterminación de Heisenberg, hasta que lo podamos palpar y sentir podremos definir como es.
Somos dudosos de nuestro futuro siempre, el temor siempre se arrodilla ante la menor divinidad que nos provea un faro de esperanza. Dejemos esa bahía, aventurémonos ante el mar bravío y vivamos en nuestra barca apolínea.
Frente a nosotros se encuentra el mar embravecido, con olas de problemas y sus vientos de irracionalidad, vivamos como el último hombre, como un creador, como el superhombre.