Poemas de Ricardo Esquer

bajan entre las peñas

 

a grandes saltos

desde los primeros tiempos

buscan un paso a la costa

desgastan los montes más antiguos

los ríos rumbo al mar

 –siempre hacia abajo

la vuelta a casa termina en un horizonte líquido–

en donde el sol poniente calcina las olas

se lava la sangre de sus víctimas

muere satisfecho de conocer en un día su inmortalidad

su gloria

 

su mentira

los ríos ya no encuentran la costa

alguna vez sus aguas mojaron la llanura

luego fueron deshebradas por los agricultores

en complacientes y codiciados canales

un sistema de compuertas las entregaba dóciles

a la tierra dopada y sedienta

sin haber visto el horizonte líquido

 

la revolución verde puso en manos particulares

las hectáreas más productivas

tecnología de riego y asistencia técnica

créditos blandos y semillas mejoradas

proclamaron el vínculo entre la paz y los alimentos

cada excelencia maduraba con su propio ritmo

según los más modernos modelos de producción

nunca faltó quien comprara sus fibras y sus granos

se enriquecieron con los frutos de la tierra

y le devolvieron sustancias prohibidas

por los organismos internacionales de salud

 

tres generaciones después

la mentalidad minera que transformó el desierto

en próspera ciudad está pasada de moda

los gobiernos locales se disputan el agua

unos construyen canales para conducirla al norte

otros bloquean carreteras y marchan contra el abuso

el lecho muerto y la tierra intoxicada

callan el desenlace del relato

 

entre paréntesis

el sol se lava nuestra sangre –sangre humana–

mezclada con arena

para que nuestros semejantes tuvieran tierra fértil

y el infeliz muere en un mar turbio

indiferente al precio de cortar un río

 

también sin memoria de haber buscado el mar

ni cauce para colmarlo con lo que sucede

a partir de ahora

 

 

cada mañana el sol salta

 

con paso normal atraviesa el cielo en un día

desde la sierra madre al mar bermejo

en la misma dirección de los ríos de ostimuri

–llevan el relato solar sumergido en sus frentes especulativas

sueñan que vuelven de la muerte

después de bañarse en una sangre ya quieta–

ríos como astros

ocultos entre las olas nocturnas

y el sol atrapado bajo el horizonte abstracto de un mundo sin luz

 

cuando la sombra baña la costa difícil

un viento caliente desde la llanura

y el pecho de la sierra a la altura de los ojos

serenan al oleaje incesante y frío

el último resplandor apaga su sangre ya oscura

–mujeres y hombres comunes caminan por las aceras

forman grupos y organizan saraos y borracheras

aprovechando que el sol ya no los mira–

 

pero en cuanto despega el día

una mirada quemante dispersa los grupos

arde en las calles una soledad solar

capaz de secar los cauces entre los rudos corazones

entregados a la fábrica de sus casas

y a traer hijos al infierno

–mujeres y hombres ríen sólo por la noche

salen sillas a los patios

mecedoras a las aceras

pobladas bajo un cieloscuro vacío–

 

agradecida por la sombra la tierra

entre los pechos fluyen caudales gigantescos

agitadas jorobas mezclan estrellas y limo

arrulla la brisa desde el mar

 

y cuando los más jóvenes platican al viento

y nombran los hechos del día

obstinados silencian

–otro río subterráneo–

la esperanza de repetirlos mañana