Inserte un hombre. jpg
Tu cuerpo, tal como era,
dejó de existir hace seis meses
si es que puede decirse que la carne es real
fuera de su prólogo a la tierra;
si es que puede decirse que tu cuerpo
fue antes de que mi memoria lo hiciera.
Ahora es vidrio,
duro todavía,
resistente a la humedad.
Un muro templado
por donde mis dedos resbalan
para tocar tus formas nuevas,
estas que usas para hacerme creer
que permaneces,
que la distancia no es voluntaria pero necesaria,
que cien caracteres
son la medida justa de mi deseo.
Por eso ya te pienso así,
huido cada noche
dentro de imágenes que se te parecen,
que incluso visten mejor que tú
el abdomen esculpido a golpes en mármol de barrio bravo;
el halo de animal violento
y el rictus perfecto de animal herido;
aunque he de confesar
aquí,
donde tus obras son rumores,
que ya no puedo con la vida posterior a recibirte una y otra vez en la extensión de lo que eres,
porque tus contornos no me alcanzan,
y en esos espacios de vacío
en las largas lagunas que fecundas,
mis manos
mi boca
mi sexo
recobran de súbito
la conciencia de haber sido espejo
de tus manos
tu boca
tu miembro
y la comunión fenece junto con todo intento de recuperarte
lejos,
más allá incluso de ti,
de la imagen-vitrina que te oculta
y desde la cual me niegas el cuerpo que quizás no fue,
no ha sido
ni será nunca.
Intento no desesperado #1
Me gusta todo lo que me hace mal.
Lo que lastima con pudor de adolescente,
canción de cuna y de cristos;
lo que no puedo poseer.
Me gusta el dolor a priori de la insuficiencia
de un alma agujerada;
el tener dentro
y estar vacía de ellos.
Me gusta todo lo que se repite.
La inmaculada virgen del telos,
ser la misma en distintas lenguas:
bonita, princesa, muñeca, joya, mía,
pero nunca yo,
mi nombre descansa largamente.
Me gusta todo lo que desea,
lo que se quema al filo de la conciencia;
un pabilo de ansias
lo más cercano al amor,
el que no me han castigado.
Me gustan los ausentes,
la zozobra de una verdad purísima que antes fue metáfora,
y desnuda también.
Miento, me gusta el juego de encontrarlos.
Tirar del lazo que me une a la mancha roja, borrosa de su pecho,
a ver quién puede más.
Yo soy la grieta.
Me gusta todo lo que se desnace,
los párpados que siguen la cresta de mi ombligo
a donde madre y mujer nadan la misma leche.
Me gusta todo lo que insinúa:
guardia de alcatraces tras mis ingles rotas.
Yo soy mi jaula. ¿Quién mi cuerpo? Me gusta todo lo que sea del otro, extender la mano y confiar que es él la carne la verdad la forma el centro el hijo. Me gusta todo lo que sea creencia; seguirle el paso al rumor huérfano que me heredó la sangre y después, sólo después, amar a su hombre.
Semblanza:
María Velázquez tiene 26 años y estudió Letras Hispánicas en la UAM-I. La razón primera fue la poesía, cuando descubrió por casualidad que el lenguaje era una traducción jugada con metáforas. Actualmente radica en la CDMX.