Candelabro
Que nos abandone la luz cuando el silencio nos devore
que aletargue nuestros pasos y eclosione el oprobio que en el pecho duerme dando tarascadas a los lados. Las cortinas perderán su función: inocuas, como nuestros alientos y nuestras razones.
Dispondremos ante la vela un bajollave de caricias
una desnudez muy bien guardada, y el mandamiento será abolir las ideas.
Se nublarán nuestros ojos para no descolocarlos de sus cuencas,
con cruel ternura, apenas unas horas.
La obscuridad aprovechará sus garras rutilantes.
Si alguien urge la entrada, la hosca puerta será imposible:
no a los perros ni a la noche espantosamente delgada.
Nuestra mirada calla inconforme y no aprueba sino beber de la taza las heces del café esperando que brote del fondo más líquido por obra de la excusa.
Quizás el llanto.
Estaremos tristes y con la mesa de centro apolillándonos.
¿Acaso alguien avisó que la tarde trae consecuencias más allá de la noche, que hablar a hitos de iris no es hablar, es mutilarse?
Hundir las uñas en las carnes de las cosas indica nuestros motivos porque hoy nos vamos a dormir sabiendo que en la casa de enfrente, velan a un hombre que apenas cumplió tres años.
Para acariciar el cabello de Sofía
Si te acaricio el cabello, Sofía,
también te acaricia mi abuelo que murió sin verte,
el cardumen de estrellas que vive en nuestro techo,
la sombra de la palapa donde besaba a tu madre.
Te acaricia mi madre cuando estuve enfermo,
y te acaricia mi abuela que medía
el calor de la frente de mi madre con el dorso de la mano.
Te acaricia la bisabuela Felipa,
cuando te cuento las historias
que pasaron de su oído nocturno hasta tu oído presente.
Sientes el peso de la mano de mi abuelo
sobre el bastón que nunca usó, sino mi hombro.
Sientes el peso también del ataúd.
Cuando te acaricio el cabello, Sofía,
acaricio multitudes de niños,
a tus hijas y a los hijos de tus hijos
que piden un poco de paciencia.
Acaricio a los animales que abrirán los hocicos
cuando los acaricien tus tataranietos,
acaricio el sudor de la frente última
de quienes se mantengan con vida
te acaricio como si dijera vete corriendo,
pisa con tus delicados alfileres el globo terráqueo.
Semblanza:
José P. Serrato. Ciudad de México, 1987. Estudió derecho en la UNAM. Posee estudios de filosofía en la UAM y estudia actualmente la carrera de creación literaria en la UACM.