Poemas de Jesús Bartolo

I

Tiempo, paciencia y las palabras maduran para ser escritas. Escribir con vocablos verdes o tiernos, arruina la cosecha.  La oración se pudre en el primer intento de eternidad y el ritmo en el verso se pandea. La palabra como el mango que se moja, si no se fumiga antes de la lluvia, se agusana. La caligrafía se detiene porque la sílaba sufre en la vocal anemia. Ánimo, aunque el lenguaje se nos pudre de la idea al trazo, hay que destetarlo, alguna frase podrá respirar por si sola.

 

II

De la teta del alfabeto de que otro lado sin ladera se puede mamar este palabrerío. Cielo del silabario aquí los derrotados se agarrotan. Dejo que el abecedario beba en mi cerveza. Le injerto a la “a” una “t” y lo que sale de ahí, galopa. Es el día 3 de abril de 2014, son las cinco menos dos p.m. una pila de libros se amontona en el escritorio, confieso que solo he ojeado algunos, pero sólo miro glifos descafeinados. Un ron con cítricos apetece la lengua. Una palabra cromática de olores que despierte en lo profundo de la garganta y busque el hueco de la boca para ser escupida. Cortarles la lengua a las vocales para que engorde el sonido en su interior. También caparles el silencio. Castradas y mudas escribirlas.

 

III

Inoído: un termitero el close up de su alma: flemas y un carraspeo como vísceras de algodón. Un ramo de palabras secas: huesitos de pollo con los que juega a tajar el aire. Cataléptico el viento: cachola del revés, abultado el vientre. Joder el árbol es un ventrílocuo: sisea pequeños mugiditos de sol. A la sombra pájaros citadinos mimetizan su canto con las hojas ojos del follaje. De ver miro: clausula única: el tiempo, ni para dónde ir, el contrato está firmado: a quién le sirve un tallo con hormigas, la dulce panza de un gusano ahíto. De mirar veo: mi alma gemela se deschaveta: ahí el eclipse es un jolgorio: la sombra del ramaje permanece renga. Inoído: alejo el zoom: agripado el cielo cuenta una adivinanza: canta el gallo de la lengua una apetencia, el ámbar de la botella refracta la luz y suda. Sudo a la fronda: un galimatías se acorruca en mi mente.

 

IV

Gorjéame palabra: gorjéame: quítame la tentación de la chapuza, escóndeme de la lengua fácil, obstruye mi flaqueza de lanzarme a la mar de las letras donde pontifica el ukulele falso y la gaita hechiza. Trina palabra: jódeme la penumbra: lumbrarada de los ciegos que atiborran en letras de molde las páginas a modo y de moda. Rabia palabra: muerde lo soporífero: soberbia de los creadores: desgárralo.  Canta palabra en esto seco, inmóvil, cotidiano y descolorido. Barrúntame palabra: árido, sin nombre: despostilla el hueco en el que mi mano se mueve: llena este vacío de mi corazón que se evapora: mátame pues, antes de que un verso tome el camino de un buen o mal poema y me llamen “poeta”.

 

Semblanza:

Jesús Bartolo: “Sí, nací en Atoyac de Álvarez Guerrero, el 24 de agosto de 1970. Los años setenta fueron años convulsos y que desde ya, marcaron mi vida para siempre. El ambiente cultural no se palpaba, al menos no para la mayoría, no existían referentes literarios en el terruño y mucho menos una tradición literaria en la cual abrevar. Las publicaciones vinieron primeramente en un muro en la Escuela de Ciencias Sociales, con dos locos igual que yo: Oscar Basave y Citlali Guerrero, que se llamaba Idea Azul y que solo duró tres ediciones; después fuimos absorbidos por un grupo que también hacia un periódico mural llamado Muro de los lamentos, mismo que fue pionero en Guerrero de las primeras páginas literarias serias: Pata de perro, que después derivó en Hoja de obsidiana y El Sol de Acapulco, que duraron algunos años. Este mismo grupo fue el que con sus limitaciones logró mover la cultura, de algún modo”.