Del libro Genealogías
Madre
Detrás de una ventana
mi madre me espera
como se espera la lluvia
cuando la cosecha
ya se ha perdido.
Genealogía / distancia
Las raíces me recuerdan siempre a los muertos.
No es algo fácil de explicar.
La luz se disgrega en el color magro del recuerdo.
En el cuarto de mi abuela había un rincón con fotos viejas
blanco y negro,
la mirada fuerte y fija
y el orgullo de las armas
o la belleza de las flores,
las paredes hechas con palos y el techo
de palma están más cerca
que esta avenida,
que esta computadora,
que todo
este
hastío
de objetos.
Mis manos cada vez son más viejas
y vacías
y cansadas.
Mi abuela tenía un rostro hecho de oraciones
y dolor.
Las raíces, me dijo un día, me recuerdan
a mis padres a mis hermanos que han muerto.
Tenía la mirada fija en la tierra
que nos consumía
en el polvo
que el viento levantaba
sobre el patio.
Por eso prefiero a veces enterrarme y hablar
de mis cenizas. La calle me rodea
y yo la habito.
Pero no hay raíces que florezcan bajo este manto perpetuo de concreto.
Desde entonces el pasado comenzó a disgregarse
y retengo el recuerdo como la llave que permitirá
perforar
como un taladro
toda
esa
nostalgia.
Padre
No sé si mi padre ha muerto A veces
se sienta sobre toda la cordura y grita: ¡Vivo!
que está demasiado solo o que está volviéndose demasiado viejo
y se levanta (me grita)
que ya no puede trabajar
cuando reconozco que las arrugas tienen algo de
verdad (yo) le confío un secreto Le digo: padre
las raíces me recuerdan a los muertos Es
complicado pero es cierto. De alguna forma, el
ritmo le gana a la materia. Papá no en-
tiende de esas cosas. Está
solo y chalado. Siempre lo despiden del trabajo, tal
vez porque en el fondo tenga algo de pez o
de músico antiguo. Siempre lo despiden.
Recuerdo
cuando nadaba
su felicidad rebalsaba el mar
o cuando tocaba el saxofón y
la música me decía
que su tristeza era infinita
o cuando se levantaba
a las seis de la mañana y no lograba
echar a andar su viejo Subaru del 78
Tenía algo de
músico antiguo o
de pez enorme.
Semblanza:
Carlos Gerardo González Orellana nació en El Jícaro, departamento de El Progreso, en Guatemala en 1987. Migró a los alrededores de la ciudad de Guatemala a los doce años y hasta ahora, luego de muchas mudanzas, sigue viviendo en un municipio vecino a la ciudad dentro del área metropolitana. Ha publicado cuentos, poemas y ensayos críticos sobre literatura en diversas antologías y revistas, tanto en su país como de Hispanoamérica. Fue columnista permanente de la revista electrónica Casi literal de 2014 a 2016 y fue ganador del Primer Certamen de Cuentos El Palabrerista en 2014, promovido por el Proyecto Editorial Los Zopilotes. En 2015 publicó el libro Música rara con Editorial Alambique. Estudió literatura por la Universidad de San Carlos de Guatemala y se licenció en ingeniería química, por la Universidad Rafael Landívar, de donde también obtuvo un grado de maestría en filosofía. Ejerció la ingeniería durante cinco años y la dejó para dedicarse de lleno a la literatura, o a cualquier otra cosa que no redujera el mundo a datos y costos. Le gusta mucho leer poesía, aunque cada vez hacerlo le resulte más difícil. Es admirador de Leopoldo María Panero, Alejandra Pizarnik, Roberto Bolaño, Raymond Carver, Constantinos Cavafis, Fernando Pessoa, Samuel Beckett, William Saroyan, Stanley Kubrick, David Lynch, Kafka y Dostoievski, y de muchas otras personas que lo han ayudado a perder la cabeza a cambio de breves instantes de sentido y lucidez. Le gustan las películas (es capaz de ver hasta cuatro en un día libre), las micheladas, los tacos, el vino, la comida china, los cítricos, las conversaciones y el silencio.