1
A la vuelta de la palabra
está el otro
la sonrisa figurativa
y el entrecejo
la sombra de la sílaba
cortando la lengua
por la mitad
cantan los hijos del fragmento
a su reflejo incrustado
en la orilla
del silencio primigenio
la cazuela hierve
con nuestros nombres
que vomitaron nuestros ancestros
que cayeron en un rayo de luz
sobre nuestras frentes
que oscurecieron nuestra faz
de vagabundos cultivados
mi nombre es el tuyo
atravesado por lenguas de fuego
tan milenarias
como los ojos de un amanecer
sonoro
mi nombre resuena
en la piedras
de un mar de leche
la antigüedad de las nubes
es el polvo acuoso
del primer humano
que pidió ayuda a los dioses
“quítenme esta cadena
que no me deja saborear
los colores de las cosas”
el cosmos es una palabra
de seis letras
dos hendiduras de labio
y una vía láctea
moldean el horizonte
de su cuerpo
de nébula colorada
las estrellas son hojas
cuando la noche es otoño
después la noche se convierte
en el soliloquio del destierro
y desde ese momento
no dejamos de inventar.
2
En defensa de mi propio espíritu,
de mi boca seca,
de lo que soy y pienso,
trazo en el aire
este soliloquio
y se lo grito al espejo
para no sentirme solo
no me guardo las palabras
y las escupo al suelo.
Ya es tarde y la noche
me parece un féretro
ataviado de breves flores
¡qué mancha tan triste es
la luna y su silencio!
su redonda lejanía
que se consume en mi pecho.
En defensa de mi propia sombra,
de mi frente angosta,
de lo que fui y sueño,
sostengo entre dientes
el monólogo nocturno
que escupo en la calle
para no morir de miedo,
y no me guardo el lenguaje
que me consume por dentro.
Y la noche me sumerge
en un fúnebre derroche
de lírica monotonía
¡Qué mancha tan triste es
la luna y su silencio!
Semblanza:
Andrés Gómez. (León, 1996). Estudiante en la licenciatura de Letras Españolas de la Universidad de Guanajuato. Fue miembro del Fondo para las Letras Guanajuatenses en 2015 y 2017.