Poema de Vanesa Sim

La costilla de Dios:

Cómo pude elegir habitar el mundo,

adentrarme como la guadaña al maizal que perturba

y hace de la forma una involuta respiración

exhalada por el tiempo de tus manos.

Digo,

qué hay de preciado en encender la llama,

alimentarla

hasta verla arrasar lo ya conocido;

invocar después, desde un débil aullido, 

la protección de la Luna,

ese disco nupcial que separa los días de abundancia.

Pude

roer la madera como la plaga,

extender la fisura y que la luz la atraviese 

iluminando todos los bosques de esta tierra,

hacer que pase por su ojo 

como otro camello inventado

por la leyenda de los hombres

zigzaguear el vuelo

que se dobla hasta partirse,

o enmarañar los perfumes de la siesta

hasta sentir el instinto cazador

buscando sobre el prado

el exacto perfume de su presa.

Permanecer en su hambre hasta saciarme. 

Pero elegí habitar lo incierto,

aventurar lo impreciso,

el impulso de buscar y ser buscado.

Tejer la piel desde tus dedos;

sentir la herida, palpitante, furiosa

que impulsa a vivir.

Despertar después 

de haber respondido a tu llamado,

a la orilla de un cuerpo,

sosteniendo otro cuerpo que no es mío.

Que nadie diga nunca

que habité esta tierra

de seres que crecen como el polen,

sin memoria

de haber sido la causa

que extiende la vida.