Poema de Sergio Ignacio González Araneda

Sólo ayer éramos dioses

 

Tan sólo ayer era Dios

Desde mis bolsillos más profundos derramé universos infinitos

Universos rasguñados por eclipses marítimos

En la soledad de los mundos

El destino persigue mis huellas

Desde la eternidad vacía hacia la eternidad vacía

Un sol ensangrentado observa implacable el desmembramiento de un Dios

Peces suicidas beben un océano de posibilidades

Es un eterno instante al costado del tiempo

Una ruta sin fin hacia el abismo de la nada

Como una pluma que flota en los vientos puros

Como un toro en llamas masticando la venganza

Desnudo caigo en la cumbre del cenit celestial

Todas las cosas siguen mis pisadas

Tan sólo ayer era Dios.

 

Soberana mirada escrutable

Desatada de lo que no es

Esclava de un rostro difuso

La tormenta brilla ensimismada

Un mundo es abortado en cada suspiro

Un ataúd estrellado se deja abrir cual amapola naciente

La tierra como culebra sigue mi sombra

Y la muerte susurra su grito mudo

Donde miro está

El olvido se olvidó de olvidar

El firmamento quebraja su ser bajo mi sueño

Como un potro indómito que escapa sin más objetivo que escapar

Me pierdo en la tempestad

Y quemo el templo de lo cierto

Soy dinamita en la sombra de la muerte

Soy muerte en la sombra de la vida

Soy vida en el abismo del olvido

Fui fuego

El vacío del todo

Tan sólo ayer era Dios.

 

Hoy los minutos cómplices acechan la partida

Mis ojos tortuosos recuerdan sentados

Vi  nacer cipreses ecuánimes y grisáceos tulipanes

Desde mi ajena mirada nacieron

Elefantes

Montañas    Océanos

Hombres    Rocas    Cielos    Bosques

Eternos    Universos          Soles    Profundos

 

Mis pasos fueron temblores en mundos extraños

Mundos de vorágines deseos

Mundos de inertes sueños

Decaigo en lo más bajo del cosmos

Las estrellas vigilan encendidas mi caída

Como una flecha expulsada fuera del universo

Como una escopeta que apunta la cabeza

Soy expulsado de una mirada soñolienta

Y tan sólo ayer era Dios.

 

Un negro mar surge desde mis manos

Se deja ver un instante

Instantes de silencios

de muertes vivas

de vivas muertes

Aves incendiarias rompen mi pecho

Y es el polvo quien crucifica las carnes

La desesperanza de mis olas explota

Pues no existe arena que la reciba en su agonía

El siguiente paso será más hondo

Y luego el próximo, y una vez más

Más profundo que la soledad

Duermo cansado de soñar

Y en la penumbra un Dios fue construido.