Bajo estas paredes se pudren los nombres. Uno a uno se disgregan: volátiles astillas, legajos de palabras disidentes que se exilian en el último renglón de la ceniza. Hace ya largo tiempo que nadie abre la pequeña puerta de este infierno, que nadie desciende por su árida escalera. Sin embargo, sé que sigues ahí, en mitad de la erosión como un dios de polvo. Sé que deambulas de madrugada entre las hojas quebradizas de la vigilia. En el agudo zumbar de las termitas.