Retrotracción
Me decepcioné de ti
en honor a la contradicción humana.
Me largué por la anomia
más desesperada.
Instalé mi vejentud
al ver cada uno de mis más
repugnantes defectos en tus fallas,
embarrando el tizne de tus ideas por doquier
convirtiendo lo inane en tosco brasero.
Amainé, cuando me dijiste
que pesaba más la forma que
el fondo de mi fogarada
y fui incendio alado de mis palabras.
En silencio, más que nunca.
Cedí, cuando no hubo más revueltas
con la cara absorta y ensangrentada
cual oveja roja que anda pastando soledades,
rubicunda estrella en el cielo cómplice de alguien.
Esplín de mi: “one in a million sheep”.
Me vengué, sin vacilar.
Sustituyendo cada dulzura
con el efluvio que abrasa
la amarga venda que se te cae
de los benditos ojos.
Desquité con cada partícula que fuera
tu antítesis,
la voz-átomo que aborrecieses,
el sonido con pausa para oxímoron.
Desahogué en mil y una horas los cuentos
arrojando migajas de miopía al pasar
y regresé cual beoda por
las calles del Cuauhnáhuac
para no decir lo que me hiciste,
lo que me hice.
Ahora sé que
cuatrocientos vientos no curan
y Ehécatl se enfurece.
Tonantzin desnuda con huracán.
Me enterré en la antesala de mi tacto
mutilando la consciencia de la muerte.
Y entonces, aquí llegué
con la plañidera del brazo
al funeral del tiempo.
Me iré diáfanamente
en el recreo de tus ojos
y tú regalando mi albura
hasta la indignación.
Nos veremos, quizás…
Quizá en la calumnia.
Quizás en otra de mis ideas belicosas.
Quizá ya sea hora.
Quizás tan solo en un poema casado
que hace poco concubino leyó.