Poema de Rafael Ramos

Antología del movimiento de la tierra

 

I

Un estigma en el alma del concreto

De las mentes advendidas del suceso

Pretendientes como un niño

Adyacentes los espinos

Que en el corazón se clavan

Valientes de muerte en vilo

 

Los ojos venideros de las torres

Que colapsan al sentido de mis dedos

Sujetando el pretil de los obreros

Que descansan reposados en senderos

Y carentes de reproches los peatones

Van juntándose en un río de remedios

 

Aplastadas entre el valle y la corriente

Son las luces del deseo lo que comprendo

Y las voces que comparten esa ofrenda

De este pueblo que ha crecido resiliente

 

II

Me extraigo de mi cuerpo

Sumido en el cansancio

Apenas si me encuentro

Más tarde que temprano

 

En séptimos reproches

Auguran los peldaños

Que siento sin escombros

Del México engañado

 

Ya nada tiene vida,

Más flama, que sublima

Las gentes asesinan

La muerte que germina

 

El todo me contempla

Erguido ante la noche

Mirando los reproches

Del muerto que es en vida

 

El cielo que adivina

La tumba de las flores

Y ya sobre la tierra

Mil puños redentores

 

III

Cuando despierto de la soledad

sumida en los adentros de la ciudad

el humo que me llena es más claro que la vida

Delante del alborozo de la gente

Luchando a lo que aplasta, con miles de manos

sentía un deseo sin mesura con tintes azorados

Habrían pasado tres o cuatro horas

Sin que un movimiento de mí naciera

y el polvo que me acaricia es suficiente ruido y suficiente brea

delante de las consecuencias venideras

Tres niños juegan al fondo de la sierra

y las madres viven con una daga en el corazón

que se acomoda como un árbol en la tierra

Con tanta vida y tanta muerte que el mundo deja de girar para ellas

La muerte galopa a nuestro frente

Todo tan de repente

que lo existente pende de un hilo tejido por ellas

Que ahora yacen sin vida

Que ahora yacen sin muerte

Sofocándose en la espera

 

IV

Como llega la brisa a la orilla, conducida por el mar en su lejanía

El sosiego encuentra a la ciudad perdida en donde todo se termina

Bajo las piedras y el metal inerte nacen ya perdidos mil fantasmas

Que nos recuerdan la fragilidad de la valentía

 

La noche y el día siguen en su curso enajenado

Penumbras que van y vienen, testigos del rescatado

Y entre tantas multitudes, ha tardado, pero sí que vino

El vapor de luz que se impregna a nuestro destino

 

Ahora despertamos como el que ha adquirido la otredad

Que se ha pospuesto entre las balas y las noches

Entre el ruido de los aviones y el camino de los vagones

Encendidos desde el suelo hasta la punta de las flores

 

Se levantan los puños hacia el viento helado del cielo

Hacia el atisbo de sol cuando amanece

Sobre este diamante en bruto que nace

Desde ahora y para siempre

En la centenaria ciudad resplandeciente