Poema de Rafael Lunar

La partida

Para todos, ésta es su herencia.

 

No comienzo, termino.

El mundo está en llamas, nadie puede salvarme.

Centelleo entre las luces del charaima y la larga pista que me aguarda en este lugar.

Respiro pesado y no veo la hora de escapar, colegas. Es un juego cerrado.

Déjenme soñar con ella, que no grita, que no agita, que no llora, sólo escucha y me seduce.

Ya me enamoré y no me queda de otra.

El hombre que quería luchar ha muerto, no hay guerreros en babilonia… la biblioteca está vacía.

Alejandría ha muerto, está la cuatro de mayo y una señorita de barato acceso, que se consume en mi boca y luego otra y luego miles.

No hay chicago ni parís, es la muerte y mi esparta.

El aire cianúrico, el agua cancerígena, de nuevo su compañía y el alma mía que se apaga.

Belle époque marcha, sueños rotos.

Playas secas en septiembre, no aguanto los días.

La única forma de unir las naciones que nos hablan es decir aquello que se quiere escuchar.

Hay mujeres sinvergüenzas, pero con determinación y hombres con ganas.

Hay putas consecuentes y alcohol para brindar, pero no hay ayuda ni en la propia ayuda.

No hay canciones para cantar, ni para obtener.

Se acabó en un momento, minímo pero importante.

Esto no es un blues, es la malagueña definitiva, su alma y la mía.

En el instante en que me vaya, habré de robarle a la muerte.

Sean aprovechados y huyan, porque cuando no esté, ella seré infalible.

No hay, simplemente no hay.

Marginales que no son imbéciles, marginales que no intuyen.

Cada día… oh, mi amor, cada día te saboreo más cerca.

Eres ese trago que nunca se acaba y esa espera que me mata y me río.

Eres el chiste, la broma, la carcajada, la jocosidad infinita.

Contigo acaba la historia, y la mía casi termina.

Tengo el arma y tú estás ahí, mal nacida preciosa.

Tengo dos gorditas, la tuya y la mía.

No fuiste al frío que te gusta, no tocaste el violín que anhelabas, te vas a ir conmigo innecesariamente.

Acabó y no hay de otra, quítate la ropa, negra. Que ni diego rivera te pinta otra vez.

Juguemos ese ajedrez que tanto te gusta y dejemos que la edad media te olvide, como olvidaste llevarme en infinitas ocasiones, pero tu favorita cuando estábamos en mi cuarto.

Ya no hay nadie, dulzura, están mis labios apretados, mis venas marcadas y el frío acero marchito del Taurus que esfumará tu osamenta.

No hay tiempo para un adiós, se acabó.

Hasta juangriego y sus costas, hasta la asunción y sus plazas.

Hasta la sombra de mi camino.

Hasta siempre.

Partí.