Poema de Por Adrián Rodríguez Tonché

Los días perdidos de John Connor 

I

Palabras inquietas sobre una terraza donde yacen hojas secas de marchito bosque oscuro. 

El humo de nuestras conversaciones pasajeras son ejemplo de yemas quemadas. 

Pálidas manos, dedos acarician criaturas tibias y ciegas.

Criaturas toman el tiempo como fiel narcótico

y se meten en nuestros ojos encendidos como lámparas. 

Ojos que nunca vieron balcones. 

Ellos solo miraron erguirse columnas de humo detrás de montañas.

II

No era tan caluroso el desierto como febril pasión que del cuerpo brotó. Recordaba huestes

de máquinas que alguna vez obedecieron al hombre.

No era tanto el amor por ella. Se marchó por las grietas de un futuro inimaginable.

No fue el mismo que desenfundó un arma.

Ahora solo es un zapato roto, una copiadora que falla al oprimir el número 2 

opaco espejo que no refleja la vida; conjunto de tragedias.

No es más que un cuchillo y una ventana

una nave y el vuelo de la nave, 

el cielo ácido del futuro: las corrientes de agua en un mar del sur.

III

En sus viejos cuerpos ya gastados

moran las almas de los viejos.

Konstantino Kavafis

Viejas pilas de verde agua;

como pozos se llenan con el remanso del río. 

Máquinas estacionadas perecen sobre podridas rocas de alamedas antiguas.

Se oxidan con lágrimas

y los cabellos se cubren poco a poco con el color de la muerte. 

Lumbrera. 

Amanecer del círculo dorado centellea e incendia bosques y secos humedales. 

El artificio del mago no volverá de entre sus manos a encender el necio fuego.

Corre con armas de cadáveres en su espalda y blande cuerpos metálicos como un baile

frente al espejo donde el único rostro es la muerte.