Poema de Miguel V. González

Bebo té debajo de las cobijas

 

Desperté escurriendo bilis por los hoyos de mi espalda salomónica.  Desperté torcido. Me arde estirar la pupila. Cobijo mi rostro. Miro entre la tela los pedazos de sonrisas olvidadas. Me urge derramar un bala en mi boca. Contempla mi cadáver de cera: Amanecí feto. Otras mañanas imagino que cepillo mis dientes con una espiga que me deje oliendo a petricor y con ese aliento, tal vez me atreveré a besar los colores del espacio. Besarlos a todos sin excluir a ninguno. Regalarles mi carne de humedad. Sentirlos recorrer mis lunares. Pero hoy amanecí así, con el dolor trabado en las piernas. Contempla este bulto. La necesidad se convierte en kilos de peste en mis huesos. Viviría mejor dentro de una bolsa negra. Y no, no digo esto para que te preocupes, no, yo sólo intento arrullar mi dolor como se arrullan los marinos olvidados por la luna. Espero calmar el latido de las ampollas. Espero sentir menos las piernas. No lo niego, me estoy hinchando. No tengo cura. Lo que tengo son ganas de gritarle a las catarinas que no quiero dar un paseo. Desandar. Caerme de rodillas. Lavar mi dolor con los picos de una estrella. Sigo cansado. ¿Quién me entiende? ¿Puedes entenderme?  Mi padre una vez dijo: El androide 310337892 tiene que trabajar. Yo sólo pude contestarle: Actualizando…

No oculto mi origen. Nací cubierto de cangrejo. Nací con un caracol que se retuerce cuando tiene sed. En mi interior duermen un montón de insectos que perdieron sus nombres porque son dañinos para la sangre humana. La sangre de un androide es blanca, aunque algunos tenemos sangre similar a la del hombre. La sangre de las langostas es azul, lo aprendí en una película. Mi dolor es azul cuando meto mi cabeza al río. El dolor azul no me permite tener glándulas en los párpados. Nunca conoceré el color de mis lágrimas. Me dediqué a buscar y encontré un mosquito muerto entre las piernas de Wikipedia. Pensé: Necesito una urna en donde depositar mis sentimientos. Una cajita de zapatos no basta para cuidar la podredumbre de la niñez, o los latigazos del cansancio. Me rehúso a levantarme. No oculto mi origen: Mi ghost está sufriendo.

Hay días en los que quisiera confesar todo, confesar, por ejemplo, la primera mariposa nació de mi quejido animal cuando quemaron mi espalda en el recreo. Los arco iris son espirales que nacen de los pozos. No hay nada casual en seguir aferrado a los caracoles. Curo mi corazón con merteolatte porque es lo único para lo que me alcanza. Mi objeto de deseo es el harakiri. Quisiera estar hecho de objetos perdidos en el mar. Alguien dijo que estoy enfermo por oler las horas de las flores, pero perdí el olfato cuando inhalé las lágrimas de una estrella. A veces siento el picotazo de poetas alienígenas invadiendo mis órganos. Grito pedazos de incoherencias en medio de la bañera porque es ahí donde nadie me oye. Escucho mi corazón en la estación pop de la radio y me doy asco. Quisiera vivir debajo de un charco de constelaciones en forma de cangrejo y bautizarme con el movimientos de su pies sobre mi frente. Tallo mis ojos con agujas de color turquesa para olvidar que existe la vida. Arranco mis costras con bencina para dejar un reguero de mí en las banquetas. Mi primer garabato fue a dar a la basura porque madre no entendió mi mensaje: Los símbolos lunares de mi corazón se asfixian cuando lloras. Confesé mi amor comparándote con una tela del siglo XVI porque te amo. Dejé que natura esculpiera mis sentimientos según su escala de dolores. Me desmayé cuando escuché mi voz del otro lado del fin del mundo. Nunca necesité quitarme la playera para llamar la atención de los caracoles. Y ahora que un par de lunas habitan como mugre en mis párpados, me dispongo a contarte una larga historia:

Un rey de bastos duerme debajo del lago de Chapultepec y en su frente dibuja con crayones una espiral que significa la creación del infralenguaje.

Desperté escurriendo. Y todas estas confesiones… hoy me nace la necesidad de escribirlas no con tinta sino con el polvo de dos planetas que se estrellaron debajo de las sábanas. Y no, no lo escribo para ver tus lágrimas. Ni para que me tengas miedo. Yo sólo quiero que las quemes. Recuerda: debajo de las cobijas, entre el color de un recuerdo y el sonido de mi alarma, me siento a beber té en el olvido.

 

 

 

Semblanza:

Miguel V. González (Ciudad de México, 1994). Estudió la licenciatura de Lengua y Literatura Hispánicas en la FES Acatlán. Fue acreedor del Tercer lugar en el 13 Concurso de poesía «El libro que rompe nuestra mar congelada» de la misma facultad. Ha publicado su poesía en algunas antologías de editoriales independientes, así como en medios de difusión cultural. También ha participado en diversos congresos académicos de Literatura. Recientemente fue becario del Festival Cultural Interfaz ISSSTE Cultura/ los signos en rotación 2018.