Desierto de luz
A María Aimeé
El silencio no existe, lo inventaron los hombres
como la palabra dios para nombrar al universo.
Hay eternidad en las raíces y en los huesos;
el verbo se hizo carne, la carne en sauce o ceniza yace.
El verso nació, estrelló desiertos.
Antes de ser verso fue sangre.
Sangre de la muerte en el cuerpo de la vida.
La vida se basa en hacer tu propio pozo
y colmarlo con el vacío que te sobre.
Como sobra la sombra del agua en el vaso,
como sobro al fantasma que ocupa mi peso.
Y por mirar al cielo caigo en pozos profundos
y por cavar en la noche luciérnagas ofrezco.
La memoria se agrieta en los desiertos de la luz,
es la sed del olvido, su arena ciega a las esfinges.
La arena dentro del ataúd de la noche
se oscurece como la sangre de la luna.
La noche, sangre del tiempo,
el tiempo, cuerpo de la eternidad.
Del libro inédito “Mínimo vital”.