Poema de Kenia Cano

RETRATO DE CAZA CASA (Pare i filla, 1949)

 

 

Ella tiene un ciervo blanco en los ojos

Pidió hablar con el corazón.

 

Su piel es pálida. Él ha abotonado su pequeño saco verde con dificultad.

Ya no le queda bien, las mangas son demasiado cortas.

 

Él es un gran cazador pero temeroso.

 

Un gazné oscuro repite el nudo de su garganta.

Controla todo con su mirada.

Las líneas se agolpan en su ceño y el huerto sin juicio

entrega a la presa generosa.

 

Ella parece asustada pero se acomoda

cuando crezca será un seductora vulnerable.

 

 

Recuerda tu saco aterciopelado.

La idea de tu madre ya había muerto en tu bolsillo izquierdo

ese que tu padre toca con la punta de sus dedos.

 

El ciervo se enreda en el cabello delgado y escaso de la niña.

(No hay orden para comprender al padre)

 

Conoce tus debilidades. Posiblemente tengas cuatro o cinco años

y ya te sientes lista.

Tu idea del amor nunca fue excesiva:

Confías primero en la espina y luego en la rosa,

en la huida del gamo.

Tu padre te ha contado un sueño:

Tenía miedo de dejar el vientre de su madre,

creía que era de él.

 

 

 

Falta un botón. Los botones son redondos y sujetan.

Un ojal disponible como el cuerpo de una libélula sin alas

cerca de su corazón.

 

Ya tengo el corazón en los ojos y el pequeño ciervo bebe mi sangre.

Es un animal manso. Pasta con obediencia. Su volumen es perfecto

cuando no hace nada y suelta la mirada en el llano herboso.

– Encontraron el cuerpo del rumiante sin cabeza –dice la nota

 

 

La otra mano de mi padre sostiene mi espalda pero con más dulzura.

No lleva un revólver, ningún otra arma. Yo mastico los lápices y

aprieto los dientes de vez en cuando.

Te ves fea –dice- y me imita inflando los orificios de la nariz.

Hoy el ciervo no se quiso levantar. Nos hicieron el retrato juntos.

Mi padre lleva el sombrero de lana negro que usa en días especiales.

Sus ojos fijos quisieran preguntarme algo ahora que soy grande.

Cuando era joven decían sus manos que tenía todo bajo control

pero no era cierto.

         Cuando el ciervo dormía    mi padre inquieto

soltaba a los perros sin misericordia.

 

 

La primera vez que nevó en mi jardín…

Sí, he soñado con mi padre desnudo.

 

 

Lo pintó Lucien Freud en 1949 quizá por encargo de Henry “Bo” Milton.

Padre e hija aparecen entre la cortina de semillas de fusta comprada

en Galerías Lafayette. En esa apertura están los dos.

 

La pequeña mano regordeta sobre el muslo de papá. Es un lugar seguro.

Cinco años y cinco dedos confiados. El saco del padre punteado como una noche estrellada. Cuando piensa en estrellas recuerda Definición Hermética. (¿Cómo era aquella historia del padre de H.D.?) Al igual que aquel libro, debería tener más misterio pero este cuadro tiene un fondo hueso amarillento.

 

 

Todavía cálido como este calor tibio que siento por mi padre y

su descendencia vulnerable.

De pie entre sus rodillas, entre sus contradicciones y caídas.

Él sujeta mi brazo izquierdo, el hacedor más cercano a mi corazón.

Balthus pintó un cuadro de Miró con su hija Dolores,

no sé si ella lo quería tanto