Pronuncia la palabra exacta,
esa que es más poderosa
que el negro y que el silencio,
la que cambia la escena,
una palabra equilibrista
que al cruzar la escena se detiene
al borde del proscenio precipicio
y recita un texto perdido,
una carta con que la memoria regala
sus ocres posesiones, el verde
que cubre todo o era el gris,
una palabra
equilibrista y exacta
que anuncia
el silencio que surge tras ella.
Pronuncia las mismas palabras
que dijiste entonces,
las del escenario desnudo, esas
aprendidas en un libro rojo que fingía
que era otro,
las de la mecedora, las de la puerta
de luz construida,
las de la carta que llega pero llega tarde
a felicitar el cumpleaños, las del remitente doble
del infierno.
Pronuncia cada acento,
cada idioma de los que no hablas,
pronuncia forever, mentirás, and a day,
repite como un hechizo
wunderkind tres veces hasta que aparezca
aquella que fuiste
detenida en el momento exacto
entre la vida y el escenario,
entre el escenario y la nada.
Pronuncia cada una de las sílabas,
escanciadas cada vez más lentas
para anticipar ese silencio
que desciende sobre el teatro
apenas un segundo, una fracción de segundo,
entre el aire del último punto
y el aplauso.
Aunque nadie aplauda.
Aunque nadie entienda lo que aplaude.
Aunque nadie sepa el frío que sientes.