Poema de Jhon Mcliberty

Memorias de  mi padre cuando llegó a Cancún

 

I

Mi padre me contó que llegó a Cancún

antes que la ciudad se vistiera con rascacielos alucinantes

antes que los güeros deshierben la voz de la selva.

 

Me confesó que mi madre

tenía miedo de enterrar sus ojos

en una ciudad que aún lloraba como un recién nacido

y se fue solo un domingo

por debajo del agua hirviendo del cielo.

 

II

En la regiones más agrestes de Cancún

mi padre invadió un terreno con machete

y ató su sombra junto a los pájaros.

 

Con las mismas piedras

que guardaba en su corazón,

mi padre

anheló edificar un porvenir para su familia.

 

En algunas ocasiones tuvo que defender

su tierra como un hombre que se abandona

así mismo.

 

Mientras mi padre escarba sus vivencias

poco a poco sus pupilas dejan de respirar

porque recuerda el filo de la incertidumbre y la añoranza.

 

Dice:

la soledad es un espejo donde el hombre

aprende a reconocerse sin conjeturas.

 

III

En 1988 llegó mi madre

con nosotros.

Y arduamente

junto a mi padre entonces,

edificaron

un hogar sin dejar

de mirar a mis hermanos.

 

IV

Heme aquí:

construyendo un puente hacia mi infancia:

recuerdo las calles pedregosas  de mi colonia

que después se convirtieron en montañas de Sascab.

En aquellos cerros de arena

corríamos al vaivén entre risas y llagas,

 y cuando era llano se jugaba Rayuela, Canicas y trompo.

¿Qué decir de las peleas con la vecina socarrona por el balón raído

que se quedó mudo en su terraza?

¿Dónde están mis camaradas de la escuela

que escribieron desvaríos sobre mi playera?

¿Dónde están los indígenas que hipnotizaban calles

con latidos de lluvia en los tobillos  y su flauta de mil pájaros,

o los vecinos que invadían terrenos?

 

Y sobre todo aquella muchachita,

la noche se desbarataba ante sus ojos.

 

V

Mi padre ya está cansado.

Pienso que no va regresar al origen

De su primer llanto.

Tal vez, su rostro

Se maquille con la tierra de esta ciudad.