Rituales
Cantamos, caemos, desembocamos.
Nos disfrazamos.
Las caras son manos,
las señales, ojos,
las miradas, pies,
los pasos, lenguas,
y las sonrisas, sexos bífidos;
un clítoris, sobrepuesto a los testículos,
al glande, a los labios.
La piel deviene vísceras,
hígados, pulmones, intestinos,
y las palpitaciones, convertidas en sangre,
en ríos.
Cantamos y caemos,
nuestros deltas desembocan.
Nos abrimos
Elevamos el filo de nuestro cuerpo,
lo presionamos contra el pecho.
Desgarramos.
Esperamos el nacimiento de los mares,
bebemos y extirpamos un corazón convertido en huella, en piedra,
en el grito de unas entrañas metálicas,
de las bestias insomnes, desesperadas y luminosas.
Cantamos, caemos,
vomitamos sobre el mar las criaturas más abyectas,
nuestras entrañas.
Aullamos.
Surgimos de los ruidos atrapados en los minerales,
en los huracanes, en las mareas.
Y solo entonces hablamos,
o creemos hablar,
repetimos las voces del lodo,
de los peces, de las tortugas,
o de alguien más,
atrapado en la piel de nuestras súplicas.
Y solo entonces cantamos,
con nuestros pulmones hechos una caldera,
con el incendio de nuestra lengua,
con nuestros labios fundidos.
Cantamos.
Caemos.
Morimos.
Y con suerte,
dejamos una máscara o los escombros de nuestras palabras.
Otras sombras vendrán desnudas
para adornar nuestras ruinas.