Fragmentos
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He contemplado al mundo con los ojos cerrados.
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Acaso abraces mi cadáver, pues ya no será mío.
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Bajo las terrazas yacen los pájaros más bellos.
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No hay que conocer la historia de todos los muertos.
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Siempre miraba a los pensiles de esas terrazas.
Cuando pasaba por los edículos en la mañana,
sentía que no eran estas calles sino polvaredas
por las que caminaba; otros abiertos, sin domos
cerrados, sin brisa en los huesos, repletas de
pájaros y relucientes monedas con las consabidas
voces. El resplandor lejano, acaso albo, yacijas
de buen cuero, gumías y gratadas hojas, aun
antiguas áncoras. El soplo de los Apamates a
aquella balaustrada. No recuerdo ver sino a una
señora que paseaba de esquina a esquina y
mascullaba con un mohín que todavía veo cada
vez que me detengo en las enredaderas cayendo,
el paso pesado, el asentimiento que cutiano damos.
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Bulevares, viandantes, dovelas por aceras,
negros esputos, opacas luces ante las moradas
en que yacen sin franquearlas, sin dejarlas,
adosadas, entre sus propias aguas.
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Desde los belvederes ya no arrastraban paraguas.
A esta hora hubo amainado con las luces apagadas.
Era fácil regresar a lo mismo.
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Alto el humo del tabaco conforme
pueblan la noche las luces pesadas,
viene claro cuando no me llaman.