Poema de Francisco Tomás

TENGO VERSOS que conservo

envueltos en papel de plata,

envueltos allí donde los escribí.

 

Versos golosos algunos,

agrios otros o echados en salmuera

una parva de ellos.

 

Versos en los que me vacié,

o me corrí, o me rebelé

como en un octubre bien peleado

y que deberían de llevar un cartel

que advierta que se vende ruina a buen precio.

 

Cuando llego receptivo a la percepción,

sensible a los recuerdos,

mimoso con la nostalgia

y con el ojo cagado

y la realidad traspuesta,

los escucho horasquear desde su ataúd

eventual y tiznado,

y unas veces laten pausados y emocionales

como el Aranjuez de Rodrigo

acariciado por una guitarra eléctrica

limpia y sin distorsión

y otras roznan y berrean

arrabaleros y punkarras

como un poema querendón del Félix

recitado en pleno subidón de anfetaminas.

 

Versos tóxicos o puros,

apocalípticos o lujuriosos,

retorcidos como mondongos de tripas

reventadas y empercudidas

o directos como una ostia a viva rabia.

 

Versos… o lo que quiera que sean,

que si por casualidad

alguna vez llegan a ver la luz

y se mezclan, confunden, trastocan y difuminan

por aires, labios y llamas,

más que verbos hechos carne

serán espinazos de sentimientos

puntuales y bravíos

secándose bajo un sol

empalmado y sádico

como de aquí del terreno

en mitad de un baldío

donde juegan las moscas a pasar hambre.