Tormenta
Hay tormentas que cambian el horizonte, que dejan manchas de azul donde las ramas una vez habían extendido sus dedos quebradizos, rompen el suelo como brindando a la naturaleza la libertad que se había perdido y como consecuencia, la tormenta deja una extraña calma que se asienta sobre el bosque, como si del universo entero se tratara, todo es tan tranquilo y pacífico, como las aves conmocionadas cuando cantan con cautela al sentir la luz del sol o como el frágil aleteo nervioso de sus alas lesionadas. La quietud es apenas audible por encima del martilleo del corazón de un colibrí… Una vez me dijiste que el viento es silencioso y que su sonido sólo puede ser escuchado a través de su colisión, en consecuencia de su inevitable destrucción. Anoche el viento clamó tu nombre con un anhelo violento contra mi ventana, repitiéndolo varias veces hasta quedar varado en mi cabeza mientras viajaba a través de los árboles derribando sus ramas retorcidas, fue ahí cuando recordé la primera vez que dijiste mi nombre. Tu voz creo un bucle temporal que llegó hasta la punta de mis dedos, volviéndome más que un humano, más que un ser, una maquina eléctrica cuya fuerza provenía de ti. Tú fuiste la tormenta que cambió mi horizonte, después del daño y el diluvio pude ver las cosas mucho más claras. El bucle se rompió, liberando mí alma del pesar de tu sonrisa y mis ganas mórbidas de comerte la boca y escucharte nombrarme, pero a pesar de las reacciones finalmente controladas en mi interior, me vi penoso en aceptar que no ha habido otra tormenta como tú desde entonces. Escuché que en 1953, empezamos a nombrar los huracanes para que pudiéramos recordar más allá de los restos y el desastre, así podríamos dar sentido a la destrucción ¿y sabes? esa es la manera en que yo te recuerdo, mi dulce e inquietante tormenta.