Esquirlas del ozono
Si mis ojos —ajenos—
pudieran percibir el dolor de las nubes.
Su llanto que germina
la rosa eléctrica del rayo,
el campo de luz bajo la carne,
el aroma del cuerpo que acaricia.
Entonces,
yo podría contar los metros cúbicos
que lavan la tumba de mi padre.
Volver a sonreír las 8 letras de su nombre.
Contar las veces que me soltaba de la mano
—en plena calle—
o cómo mi madre le llevaba rosas y lloraba
imitando el dolor del cielo.
De la muerte, lo que recuerdo es la lluvia.
Como recuerdo la lluvia de un Abril
donde se ahogó mi alegría.
Si yo pudiera ver
el mensaje de los cielos, si yo pudiera.
Sabría el tiempo exacto para cosechar batallas,
la hora, el minuto, en que descienden los fantasmas
a soñar
que su navío tocará tierra nuevamente
bajo las sábanas
como niños asustados que se guardan del adulto que serán.
Porque imaginan que la noche cuelga como serpiente
los cadáveres del sol en la cocina.
Hasta que llegue mamá
besarán la buena noche y dormirán,
los que se perdieron en el sueño sin tener a dónde ir.
Sólo miran hacia arriba
y nada ven.
Cuentan el tiempo con gotas de la lluvia
casi igual a las que caían en su féretro
mientras los amigos se despiden
sin saber por qué.
Ahora me acuesto
vestido con mi piel de noche,
constelaciones que mi cuerpo robó de las sonrisas
para que otros se levanten
a mirar.
Miren arriba.
Suban a los puentes y observen
cómo la luz de una ciudad se reproduce
cual cardumen de peces que copula,
imitan
a los que se protegen con paredes.
Mira, otra vez, arriba;
aquello que se niega
a la gente mientras duerme.
Semblanza:
Clemente Guerrero. Ciudad de México, 1990. Escribe. Su trabajo aparece en diversas revistas como Radiador, Revarena, Amicus Curiaeo Válvula Magazine. Aparece en la antología Después del viento (Aldea Global, 2015). Ha ejercido el periodismo y colaborado para ABC radio. Actualmente es miembro del proyecto gavroche.