Visiones de Xantolo
Si soltáramos nuestra voz hacia el sueño
donde copulan, durante las escasas noches,
el desasosiego, la inquietud;
si llegaran aires directos del desierto
trayendo sólo copal de las arenas;
si durmiéramos juntos, todos,
los sueños de noviembre
hasta saciarnos de visiones venideras;
si divagáramos de forma colectiva
en el olor del cempasúchil
ardiendo en las llamaradas de su nombre
en estos días en los que hay más voces que noches juntas,
entonces: el peso total del aire nos mecería en el espacio,
los pétalos surgirían del humo de las ofrendas
y los hombres dejarían de ser de barro
para encaminarse dirección a las estrellas.
Si tan sólo, detenidos,
nos gritáramos,
y las veladoras
derritieran el silencio;
si, carcomiendo el origen volátil de la cera,
escucháramos, asombrados, nuestro origen,
el agua, sus dolores nombrarían sus caminos
como quien nombra el paso de las bestias
o el recuerdo absoluto de los que se han ido.
Si estas rocas tuviesen palabras
-y voces como la tuya y la mía-
o, mejor aún, no hablasen desde el frío
sino que, desde sus finas curvaturas,
otorgaran su mudez a sus partículas temidas
para señalar cada noche por su nombre,
entonces: los ancestros clamarían a viva voz
desde los vórtices de sus embriagadas noches
y el golpeteo de la danza
-cualquier danza-
quebraría el Infinito.