Poemas de Alma Cervantes, “La Cervantes”

La Casa Azul

 

Hay una casa azul,
blanca, café
que aguarda en silencio
mis pasos,
el entrar corriendo,
el golpe fuerte al cerrar
la puerta…

Hay una calle,
estrecha
y ancha a la vez,
por donde caben
mis pasos,
mis giros de muchacha
simple,
mi primer beso,
mi primer golpe volteándome
violentamente el rostro,
hecha de risas,
y susurros,
me espera…

Yo sé que me esperan
porque dejé el libro
entreabierto, a medio
terminar,
olvidé cerrar bien
la llave del lavatorio
su goteo insistente
me espera,
me habla
me recuerda tembloroso
en su aburrido caer,
y me espera,
mi habitación humilde,
callada, empolvada,
mi almohada aún
conserva la forma
de mi cabeza de antes,
recuerda mi forma antigua,
me extraña quizá…

Están todos reunidos
en el centro,
esperando por mí,
para ver mi mueca
que se desfigura
en un grito ahogado.
Está mi viejo olor
sentado al frente,
se confunde con
el dulce olor a guayabas
maduras que han caído
del árbol,
está la niña que fui,
me duele verla,
¡no quiero verla!,
pero está ahí,
con sus uñas nuevas,
limpias de carne,
con su vestido
amarillo,
parece un gorrión
golpeado, pero sonríe,
sus ojos curiosos
me esperan,
¡no quiero verla!

Y está la muerte,
silenciosa,
expectante,
reflejándose en
las ventanas,
en los espejos,
en el sueño intranquilo…

Desde afuera observo,
no puedo entrar,
una maraña de recuerdos
se agolpan en el pecho,
no soy la misma,
la casa no sabe
de mi miopía,
ni de la dislexia emocional,
la casa no sabe aún
de mi pacto absurdo
con la locura.

La casa en su cotidiano
existir almacena
nos almacena
a todos, unidos
e inocentes,
está Juan,
Carlos, Hugo,
Santiago, ahí
estoy yo,
dulcemente trenzados,
nos volvemos una cadena
de sangre y risas,
de comidas caseras,
y ganas de vivir,
la casa nos incuba,
como vientre de madre
protectora…

No sabe aún que repelemos
cualquier roce entre nosotros,
que nos miramos de lejos
y ajenos,
ajenos,
ajenos, absurdamente ajenos,
sin sangre en las venas,
sin ombligo,
soberbios, temblorosos
en la rabia contra todo,
no hay nada entre nosotros,
celebramos ¿que celebramos?
Celebramos nuestra individualidad,
nuestra independencia emocional,
la poca sangre,
los celos,
nuestra soledad,
nuestros miedos,
la muerte también la celebramos,
moriremos cada uno
en nuestro sitio,
la casa no sabe nada,
porque está protegida
contra nosotros mismos,
la hemos guardado intacta,
llena de gracia por
aquellos días.

Somos la lluvia que moja
las ventanas,
las hojas que caen
de los árboles en octubre,
el primer hervor de la leche
sobre el fuego,
las primeras ganas de
volar,
la lujuria nueva tumbado
la infancia,
la risa chimuela comiendo
dulces,
la larga cabellera jugando
adolescente,
primitiva,
recién lavada…

somos la casa azul,
blanca, café,
que me espera amorosa
llena de horrores,
y silbidos,
—volveremos a vernos le digo,
no me atrevo a llegar,
y ella espera paciente
como una madre.

 

 

Fragor

 

No existe ninguna
flor, si no se alimenta
de sustancias podridas.

Y nosotros florecíamos
flores embelesadas,
enfermos de pasión,
sumergidos en el fragor
de nuestros sexos
reventados de tanto
sentir.

—Déjame morder tu
clítoris de niña dormida.
—te dejo, si me dejas
saborear esa gota
indecisa que pende
de tu glande azulado,
como el cielo estrellado
de Van Gogh.

Y florecíamos,
juro que florecíamos
tragando nuestros
más divinas
y podridas
sustancias… 

 

 

¡Oh, mi madre!

 

El mundo todo me palpita aquí,
me muerde el orgullo,
las ganas,
los monumentales miedos.

El mundo ahora se vuelve hostil,
cabeza gigante que pendula
como el tiempo,
tic, tac, tic, tac…

El hombre nuevo me quiere
arrancar mi frágil gaznate
de un tirón,
juega a ser dios desde
su podio,
manosea mi dolor de mujer
simple, desnuda, juguetona,
dolida.

¡Oh madre mía! desde donde
estés, si es que estás,
protégeme de mí misma,
de mi sed,
de mi orfandad cacareada,
de estos hombres con puñales
invisibles sobre mi pecho,
con penes enormes abriéndome
por la mitad,
diseccionando mi corta visión
del amor,
no dejes que caminen sobre mí
con sus patas de caballos
salvajes,
abrázame desde donde estés,
envuélveme en tus desmesurados
pechos que me amamantaron
cuando niña,
dame el poder de los vencidos
y déjame ver lo que dios
me oculta..

Soy el amor más simple,
desnudo,
la tempestad esperada,
las uñas que no saben arañar,
dientes sin filo, inofensivos,
pedazo de carne blanca,
miel que se derrama sobre
el hombre nuevo llena
de amor…