Balada inocua
Paso invulnerable y simplísimo,
ya invisible a fuerza de desnudeces,
árido de frescores.
He hurgado.
He sorbido cada golpe.
No soy libre, soy mundo:
me pueblo y me despueblo
a voluntad, solo.
Empiezo y termino en mí mismo
y aún así temo se me escape alguna herida
que vaya a parar a cualquier destino innumerable.
A partir de este momento me supongo muralla
y me repito;
me repaso, me compruebo.
Nada más juego con mi propio barro.
Hago silencio.
Me repliego.
Agonizante de puentes
no recibo inquisiciones
(o mejor: las ignoro)
anémico de anclas
me he hastiado de ataques
y me revuelvo en círculos concéntricos.
Así es mejor:
nadie trocará sus alaridos
por cuanto he descubierto.