Hoy vamos a hablar con Pablo Gonz, un escritor que asume todos los riesgos.
Amigo Pablo, cuando leí Cerca del fuego, te dije que esa novela no la iba a entender casi nadie, o que, en cualquier caso, el lector medio no iba a ser capaz de exprimirla a fondo. Constantino Bértolo dice en La cena de los notables que cada literatura educa y maleduca también a sus lectores. ¿Crees que hoy día el mundillo editorial maleduca más que antes, crees que se prefabrica más y peor que antes, crees que el lector-lector está en peligro de extinción?
Cerca del fuego es una novela especialmente exigente porque requiere del lector una gran atención creativa. Habrá llegado, digo yo, a quien haya tenido que llegar, ni más ni menos. No sé lo que es el lector medio ni presupongo que todos los lectores se comporten del mismo modo. Hay infinidad de circunstancias que permiten o impiden que una determinada lectura ―la confluencia de un determinado libro y un determinado lector― sea provechosa o no. El autor no puede ni debe intentar siquiera tener en cuenta esas circunstancias porque se volvería loco. En cuanto a tu primera pregunta, no creo que la función de la comunidad editorial sea educar a nadie: algunos lectores se acercan a los libros por su necesidad de divertirse, otros lo hacen por ansia de información y aun otros lo harán, digo yo, con la intención de educarse. La literatura que se escribe y la que se publica no coinciden casi nunca. Creo que siempre ha existido variedad (insuficiente, debo decir) en la oferta editorial. Si acaso hay una diferencia entre lo de entonces (¿cuándo?) y lo de ahora, radica en que las grandes editoriales de antes tenían y sostenían estilos algo más divergentes que ahora. Sin embargo, no existía la variedad que ofrecen hoy, por ejemplo, las pequeñas editoriales que se apoyan en la facilidad técnica que trajo la revolución digital ni los cientos de autores autopublicados que existen en la actualidad. Por último, la expresión ‘lector-lector’ me parece elitista. Presupone la existencia de un ‘simplemente lector’ aunque olvida la posibilidad de un ‘lector-lector-lector’. Mi visión a este respecto es muy práctica: lector es aquel que lee y ya sobre eso podremos usar los adjetivos que queramos, como ‘ocasional’, ‘habitual’, ‘maníaco’, etc. En todo caso, si lo que entendemos por ‘lector-lector’ es un lector habitual o especialmente dedicado o exigente, tampoco creo que su figura esté en vías de extinción. Ese perfil de lector siempre tendrá unas necesidades determinadas y, en fin, mientras vivamos inmersos en un sistema que vive de la satisfacción pagada de las necesidades humanas, no faltará el proveedor dispuesto a entregar el producto ad hoc.
Acabas de reeditar Experto en silencios, una novela que se publicó en 1997 y que ahora recupera Sloper. Me ha parecido más exigente que Cerca del fuego, quizá más fácil de entender pero más difícil de digerir. ¿Impera la exigencia en toda tu obra o tienes también títulos más accesibles?
Desde siempre he escrito sin hacer concesiones a los lectores, sin pensar en ellos. Aunque he sido impreciso: le hago concesiones únicamente al lector que soy yo. El trabajo ocurre entre la historia que entreveo y la representación que hago de dicha historia: el resultado final, esto es, la obra. Al escribir, voy viendo y creando, dando forma a una objeto de artificio que debe lograr, en último término, satisfacerme. No me preocupo de la accesibilidad de la obra porque entiendo que si yo soy capaz de entenderla y digerirla, habrá otros, sean muchos o pocos, que también podrán lograrlo. Este ‘no tener en cuenta a los lectores’ es lo que me ha permitido escribir plenamente según los dictados de las historias que se me han ido ocurriendo, lo que tiene por consecuencia que mis obras raramente se parecen entre sí, tanto en las tramas como en el tratamiento. Sí hay, creo yo, una serie de temas de fondo que son mis obsesiones, principalmente la libertad, y cierta fluidez estilística que refleja mi modo de pensar o, más precisamente, mi modo de pensar en el momento de escribir. Para dispararme en la realización de la obra, suele venirme bien que el tema de fondo sea la libertad: es lo que más me mueve. Y en el proceso me resulta inevitable (tampoco pretendo evitarlo) pensar de un modo particular, lo que, por necesidad, influye en la forma, más allá del estilo escogido (narración omnisciente, pretensión artificiosa o coloquial, etc.). Todo esto, expresado en forma de titular, sería: ‘Yo me cuento historias a mí mismo y después les vendo entradas a quienes quieran presenciar el espectáculo’.
Eres escritor y también librero. ¿Da vértigo ser librero en estos tiempos digitales?
Supongo que ser librero siempre ha sido una profesión complicada. La llegada de lo digital a nuestras vidas ha influido de muchas maneras en este negocio: es verdad que ha permitido la irrupción de fórmulas poco menos que imperiales como Amazon, pero al mismo tiempo, ha dado un cauce interesante para la especialización. Por ejemplo, una librería de temas, qué sé yo, marítimos, puede sobrevivir hoy en día trabajando desde cualquier rincón del país, siempre y cuando disponga de una cantidad suficiente de clientes que sepan de sus ofertas por internet, paguen por la misma vía y reciban los libros por correo. En otras palabras, la pequeña librería generalista sólo sobrevivirá en las ciudades muy pequeñas o en los pueblos grandes, sobre todo si combina el negocio del libro con la venta de artículos de papelería, como ya sucede. Las obras de carácter general, adquiridas en presencia, se proporcionarán cada vez más en establecimientos de grandes cadenas y atendidos por personas que saben muy poco de libros.
Por otro lado, está el negocio del libro usado, que es el que hoy más conserva el carácter tradicional. Es verdad que existen plataformas como Iberlibro o Todocolección, pero al consumidor de este producto le sigue gustando palpar el libro antes de adquirirlo. Los libreros de viejo debemos saber de libros porque este tipo de producto usado no está sostenido por campañas de márketing como sí sucede con el libro nuevo.
En resumen, yo veo más salud y democracia en el negocio del libro usado, al que auguro un futuro suficiente, sobre todo visto que el libro digital no ha tenido el éxito esperado.