Con felicidad celebramos el Centenario de la Constitución Mexicana (de 1917), Constitución que, con todo y parches, nos rige hasta el día de hoy. Nuestra Carta Magna fue reconocida en su tiempo por ser la más moderna de su época; hoy las cosas parecen ser distintas y que esta Constitución está tan distante de nuestra realidad, tan alejada de nuestro tiempo; parece ser algo obsoleto.
En el ambiente en que nuestra Constitución fue elaborada aún se respiraba la pólvora que la Revolución había dejado impregnado en el aire; la sangre de cientos de hombres y mujeres exigía que su sacrificio fuera recompensado con la libertad tan prometida por los líderes revolucionarios. Lamentable recompensa fue la que recibieron.
Quienes elaboraron la Constitución de 1917, aquel Constituyente, respondía a un solo ideal: el carrancista. Y sobre esta base recrearon la Carta Magna. Quienes aprobaron y redactaron el artículo 27 no fueron los Zapatistas, verdaderos hombres de campo que conocían su condición, sino que fueron burgueses, gente con carreras y oficios opuestos al campo; en cuanto a los derechos del obrero no lo hicieron los obreros mismos. Sin embargo sus derechos quedaron plasmados. Derechos que se irían modificando por el goce del Presidente en turno.
El Constituyente de 1916-17 no vio por el pueblo, sino que vio el vacío de poder que había quedado tras la caída de todo el sistema político del Porfiriato; la clase media ilustrada, mayoría o totalidad de los constituyentes, vio la oportunidad de hacerse con el poder. En este sentido, la Constitución sólo legitimaría la existencia y la fuerza del Ejecutivo, sino que también legitimaría y justificaría la existencia de este grupo dentro del poder.
Hay que ser críticos en cuanto a que la construcción de nuestra Carta Magna fue elaborada para servir como válvula de escape en contra de cualquier descontento popular que en algún momento se pudiera suscitar. Los derechos del obrero y del campesino quedaban sujetos a la voluntad del Ejecutivo.
En un sinnúmero de ocasiones los campesinos, para continuar hablando del campesinado, se han encontrado en vuelto en una serie de luchas. ¿Injustificadas? Para nada, todos ellos piden que se respete lo establecido en la Constitución en cuanto al reparto agrario. Y ante esto los distintos gobiernos han canalizado el descontento mediante el “cumplimiento”, a medias, de tal término.
Desde Obregón hasta el gran reparto agrario de Cárdenas, se utilizó el artículo 27 para controlar al campesinado. El Ejecutivo tenía el absoluto control y designaba a quién darle tierra, cuánta tierra darle y bajo qué condiciones.
Pero con gusto celebramos el Centenario de un arma que ha servido para legitimar al grupo de político que está en el poder; celebramos un documento que, por más buenas intenciones y derechos que tenga, no ha sido utilizado más que para controlar el descontento de la gente. Por ello, tras la Revolución, no ha habido un movimiento que haga cimbrar al sistema político; todo puede ser mediado por la Constitución.