“Y entonces llegó el día en que Addie Moore pasó a visitar a Louis Waters. Fue un atardecer de mayo justo antes de que oscureciera”.
Con este sencillo planteamiento comienza Nosotros en la noche, la última novela de Kent Haruf, escrita, tal vez, con la mágica lucidez de los desahuciados. Los médicos le habían dicho que la vida se le acababa y falleció después de entregar las últimas correcciones.
Cada obra requiere un estilo. Un tono. Una forma. Cuando el autor encuentra el camino, cosa que rara vez sucede, el resultado es una obra perfecta. Yo no suelo leer traducciones. Esta me la envió una amiga. Y ahora sé por qué. Se trata de una novela indispensable.
Nosotros en la noche nos habla de la cotidianidad. De la amistad. De la bondad. De la mezquindad. Del egoísmo. De la fragilidad humana. Del puritanismo. De la libertad. Del amor. Y, sobre todo, de esas pequeñas cosas que al final son lo único importante.
“Crecí en Lincoln, Nebraska, dijo ella. Vivíamos en las afueras, al nordeste de la ciudad. En una bonita casa de madera de dos plantas. Mi padre era empresario y le iba bien y mi madre era una buena ama de casa y cocinera. Era un vecindario de clase media o trabajadora. Tenía una hermana. No congeniábamos. Mi hermana era más activa y más sociable, de una naturaleza gregaria que no era la mía. Yo era callada, me gustaba leer. Después del instituto fui a la universidad, pero vivía en casa y cogía el autobús al centro para asistir a clase. Empecé estudiando francés, pero cambié de magisterio.”
Con esta prosa y unos diálogos impecables construye Kent una historia que le mantiene vivo. No conocí a Kent, ni siquiera sé qué aspecto tenía, pero sí sé cómo pensaba, lo que sentía, mientras leo su obra, mientras recuerdo sus palabras, su esencia me impregna y revive en mí.
Al leer un texto tan sencillo y con tanta fuerza, uno no puede sino pensar en la magia de la literatura. Lo ficticio deviene real. Decía Constantino Bértolo el otro día que “Escribir bien es ampliar el campo de lo verosímil”, y esta novela amplia sobradamente lo creíble porque no ofrece carácter alguno de falsedad.
Es, en una palabra, genuina.
A veces, los escritores ágiles-ingeniosos-transparentes son tildados de superficiales, mientras que a los plúmbeos-ramplones-enrevesados se les mira demasiadas veces con admiración. Tal vez porque en general resulta más fácil ensalzar aquello que no se entiende. Sin embargo, es cosa de talentosos escribir al tiempo concisa y claramente (o como dijera Gracián: “Valen más quintaesencias que fárragos”), pero los lectores suelen asociar brevedad con simpleza y fárrago con maestría.
Debe de ser por eso que se habla tanto de obras mediocres.
Y tan poco, qué poquito, de obras como esta.
Cada literatura educa o maleduca.
ʽNosotros en la noche’.
LITERATURA.