Hace días, y ante la llegada y puesta en operación de bases del Ejército, una supuesta organización delictiva amenazó la integridad de los representantes del gobierno federal en y desde Tijuana, incluyendo la del propio presidente. El mensaje, colgado en un puente peatonal cercano a un Colegio de Bachilleres de esa fronteriza ciudad bajacaliforniana, no hizo mella en Andrés Manuel López Obrador.
El aludido y su administración ya habían recibido un mensaje similar en enero, en la refinería de Salamanca, Guanajuato. Otra organización delictiva exigía detener las acciones contra el huachicol en la región. Hasta dejaron una camioneta con un artefacto explosivo frente a una puerta en una terminal de abastecimiento y distribución de Petróleos Mexicanos. Tampoco reaccionaron. De hecho, la envalentonada figura presidencial dijo entonces: “el que lucha por la justicia no tiene nada que temer”.
Ignoro a quién se refería en particular.
Si algo pide la mayoría de los mexicanos es precisamente justicia.
Ahí están los hechos del viernes: un psicólogo, un jugador de handball, una mujer dedicada a su hogar, varios trabajadores de Pemex, un bebé, un aficionado al béisbol, una estudiante de la licenciatura en Nutrición, una mujer trans propietaria de un bar y un músico, 13 personas en total, fueron asesinadas en Minatitlán, Veracruz. Don Andrés andaba de Semana Santa, por ello su reacción llegó hasta el domingo. Nada debe perturbar el justo descanso de nuestro salvador.
Ahí están también las organizaciones y asociaciones de familias y amigos de personas desaparecidas quienes, a lo largo y ancho de este masacrado país, buscan por todos lados rastros, indicios, pistas… cuerpos. Son ellas quienes investigan, hurgan y encuentran fosas clandestinas, quizá no todas y quizá también cometo un error al generalizar, pero es evidente la incapacidad, lentitud y desprecio mostrado por las instituciones a la sociedad civil. Bueno, no a toda, pues hay quienes tienen el “privilegio” de ser “figuras públicas” y en esos casos sí se cuenta con la rapidez, agilidad mental, profesionalismo y compromiso para actuar y encontrar culpables.
Ahí están las víctimas de trata, pedofilia, crímenes de odio por razón de género, feminicidios, violencia intrafamiliar y pederastia…
No importa. Trascendente es recordar a Juan Gabriel porque “es amor eterno”.
Lo cierto es que nuestro intrépido paladín va de acá para allá esgrimiendo un terrible látigo disfrazado de encanto y, como sus antecesores, también sonríe para la foto, hace malos chistes y habla con esa ofensiva condescendencia tan propia de la clase política.
En cuanto la ocasión lo facilita, por supuesto, expresa su confianza en el pueblo, porque el pueblo cuida al presidente. Al menos eso dice, aunque en su muy particular caso es posible tener razón.
La abrumadora mayoría con la que aplastó literalmente a sus rivales en el proceso electoral del que emergió resplandeciente para salvar a esta diezmada, asaltada y olvidada Nación, se vuelca un día sí y otro también en cuanta oportunidad encuentran para justificar las pifias, errores, desaguisados e incongruencias del tabasqueño y su recalcitrante odio hacia quienes él llama conservadores, adversarios y “fifís”. Se cuentan por miles y abonan al objetivo central: el tabasqueño está dividiendo a los mexicanos y cuenta para ello con ciegos sin escuchar, sordos sin hablar y mudos sin ver al servicio de tal encomienda, en puntos clave de la geografía política nacional y con la disposición a flor de piel.
¿La oposición? Atada de manos, quejándose en lo oscurito y lloriqueando por los rincones.
Así el orden y así el caos…