El año 2017 inició con la muerte de varios intelectuales: Ricardo Piglia (6 de enero), Zygmunt Bauman (9 de enero), Tzvetan Todorov (7 de febrero) y más recientemente la mexicana Teresa del Conde (16 de febrero). Cada uno de los decesos han calado hondo entre la comunidad académica de diversos países. Con ellos, pareciera, que se va una época en la que el intelecto era el máximo ideal al que se aspira, ese análisis de los fenómenos sociales, artísticos, culturales que rodean a la humanidad. ¿Será efectivo este cambio de paradigma?
En esta época, donde una de las constantes ha sido la lucha contra el plagio y la exagerada argumentación sin reflexión ¿qué se propone? ¿Hacia dónde nos dirigimos? La intelectualidad está sufriendo (como desde hace tiempo lo hace) una suerte de periodo de angustia.
Cierto es que ya no nos encontramos en las mismas condiciones socio-económicas en las que vivieron y desarrollaron sus ideas los arriba mencionados, que muchas veces la realidad se impone ante los ideales.
En México, la intelectualidad (en muchos casos) se ha tenido que subordinar a los preceptos de alguna institución para sobrevivir ante la resistencia constante de El Sistema. El ejercicio filosófico -en su acepción más extensa, aquella de reflexionar acerca de las problemáticas que circundan al sujeto-, desde hace bastante tiempo se ha considerado como “ociosidad”, pues estamos acostumbrados a que el “verdadero” trabajo es el físico, aquel que es posible mirar en sus esfuerzos.
Una persona que se dedique a leer, analizar y reflexionar en su realidad es considerado como alguien que “no hace nada”, un parásito. Vale observar la popularidad (casi necesidad) cobrada por el uso de la selfie, el post en Facebook, la utilización de redes donde se muestra al sujeto “justificando” su hacer intelectual o personal ante los mecanismos sociales en los que no resulta válido utilizar el tiempo en esos menesteres. Nos encontramos, irremediablemente, inmersos en el voyerismo mediático.
La muerte de Todorov, Piglia, Bauman y Del Conde me hace considerar que el intelectual siempre ha sido ese pilar molesto de El Sistema y sin embargo, la piedra angular de las movilizaciones. Todos ellos grandes lectores de sus predecesores, sus contemporáneos y el entorno social en el que se movilizan.
Volvemos al punto, se necesitan buenos lectores no sólo lectores en esta sociedad. Se necesitan mentes abiertas al diálogo crítico y continuo. Se necesitan personas con el valor humanista frente a los avatares que presenta el neoliberalismo. Se necesitan intelectuales arriesgados y comprometidos. Corresponde a las generaciones presentes y posteriores, reconsiderar nuestra posición. ¿Qué es ser intelectual en el siglo XXI?