Un diputado frente al horror vacui
Para comprobar que aún recordaba cómo hacerlo, un diputado intentó escribir aquella palabra en la primera página del cuaderno. Mientras se acercaba a la hoja, sostenía la pluma con la fuerza que usa un ciudadano común para asirse del pasamano del metro en hora pico. Nuestro diputado, hasta el último día de su vida, jamás viajaría en transporte público, sin embargo, en ese momento conoció la fuerza del que pugna por no quedar en vilo entre las masas de obreros anónimos redilados como reses, cara al matadero. Una gota de sudor cayó desde su frente hacia la pluma, escurrió a través de esta para llegar al filo de la punta y ser secada por sus dedos llenos de anillos tan gruesos que le impedían tocarse la palma de la mano con las yemas. Hendió la pluma en el papel para trazar una línea, pero en la página sólo se dibujó un surco de tinta invisible. Agitó el bolígrafo. Volvió a garabatear sin éxito durante unos segundos hasta que empezó a descubrirse la tinta azul.
Primero quiso escribir el nombre de su partido político, pero ya no sabía a cuál pertenecía; luego, el nombre de alguno de los ciudadanos que, con su voto, le habían dado el puesto, pero no conocía a ninguno; luego, el nombre de su madre, pero en los eventos públicos siempre le habían recordado que no la tenía; finalmente, el título de alguno de los tres libros que habían marcado su vida personal o política, pero se percató de que realmente no podría señalar un libro que hubiera marcado de manera específica mi vocación.
Después de varias horas de infructífera pugna con el blanco vacío, terminó por llamar a su equipo de redacción. El informe oficial dijo que el diputado escribió “patria”, y que se siguió con una arenga de varias decenas de páginas en la que resaltaba el esplendor del lábaro patrio, el mucho bien que él haría si lo elegían ahora como senador, la honestidad de su partido frente a la deshonestidad de los otros y la grandeza de la raza de bronce. Sin embargo, nadie nunca pudo constatar que siquiera la palabra del título hubiera sido escrita por él.
Violan y asesinan a mujer en Valle de Chalco
Mujer de entre cero y noventa y nueve años es hallada muerta. Su cuerpo está desnudo y presenta signos de agresión sexual.
Vecinos reportan el hallazgo un minuto después de que ocurriera el crimen, al mediodía. Dicen haberla conocido. Dicen que tenía nombre, pero que no lo recuerdan. También aseguran que antes de ser asesinada tenía puesta alguna ropa. El caso es que en la escena del crimen no se hallan, aparte del cuerpo magullado y desnudo, más que piedras ensangrentadas y tolvaneras que enturbian la vista.
Al lugar llegan diez patrullas con la leyenda “alerta de género”, comandadas por un grupo de mujeres policía. Se quedan custodiando la escena del crimen hasta que, minutos después, son llamadas a través de los radios para que vayan a otra escena del crimen a hacer guardia, donde otra mujer ha sido asesinada en circunstancias similares.
El cuerpo es recogido un par de días después, luego de que los vecinos se quejaran insistentemente con las autoridades de la peste cadavérica que emanaba del terreno baldío. Todas las ambulancias de la Ciudad estaban ocupadas recogiendo cadáveres de personas identificables, así que la instancia competente para estos casos, el Departamento de Desechos Orgánicos de la Secretaría de Obras y Servicios del Estado de México, se hace presente hasta el miércoles (pues los martes no pasa sino el camión de basura inorgánica) para remover el cuerpo inerte.
Semblanza:
Francisco Santoyo Pérez nació en la Ciudad de México en 1992. Estudió Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente trabaja para una empresa inhumana y sin rostro.