El adusto violinista
Don Carlos, el adusto violinista, recorre paso a paso las calles de su barrio. Puntilloso como siempre, se detiene en cada esquina y observa las fachadas. Las casas más antiguas despiertan su interés adormecido. Es entonces cuando siente que comienza la mañana. Un día cristalino en su memoria va trayendo silenciosas compañías. Sus primos en el campo, sus tías en la plaza y alguna señorita en la bruma de las tardes… Ahora que el tiempo se acumula como el polvo, Don Carlos se refugia en las preguntas que rescatan el sentido de su vida.
Dudosas convicciones
Sabe que los quiere pero siempre tiene dudas. Duda de la madre, duda de la hija y en el hecho de dudar se recompone. Cada vez que se levanta, pone en duda sus dudas anteriores. Convierte el ayer en el mañana y el paso silencioso de las horas en un viejo reloj que no funciona. Instala en su familia el cuerpo de la duda. Entre todos lo alimentan y lo engordan. Lo vuelven tan incómodo y pesado que empiezan a dudar de sus buenas intenciones.
Aislamiento
Al llegar las vacaciones prefería recluirse. Accionaba los cerrojos de la puerta y cerraba las ventanas. No podía soportar los días del verano. Sentía que el sol erosionaba su figura, vaciando de sentido la existencia. Prefería, pese a todo, la rutina del trabajo. Sumergirse en la penumbra del archivo, donde siempre lo aguardaban los papeles… Silenciosos, ordenados y secretos… Incapaces de alterarlo.
Estos textos pertenecen al libro de Horacio Laitano La reunión de los ausentes, publicado por Ediciones Botella al Mar.