Prueba y error
—Le añadiré sólo tres gotas, ¿de acuerdo? —preguntó la doctora a su joven ayudante.
El muchacho asintió guiñando un ojo. A ella le falló el pulso y volcó la probeta del material.
Una semana completa les llevó volver a tener todo preparado. Habían superado el paso anterior y estaban cerca de culminar el experimento.
—Creo que hace demasiado calor aquí abajo —comentó la doctora desabrochando la pechera de su guardapolvo.
En ese preciso instante, su ayudante tuvo un repentino acceso de tos que contaminó todas las muestras.
Otra semana entera de cultivos. Esta vez controlaron la temperatura, nada podía fallar.
Cuando finalizaron todo el procedimiento se felicitaron emocionados, se abrazaron, se besaron en ambas mejillas y luego de un instante de duda… sus labios se unieron en un apasionado beso, ante la mirada curiosa de los ratones albinos.
En absoluto estado de excitación, volcaron lo que había sobre la mesa de trabajo y comenzaron a tener sexo allí mismo, de manera torpe y salvaje. Era de madrugada cuando se fundieron en un grito final de placer.
El experimento había vuelto a arruinarse y esta vez no les importó. Ya querían volver a intentarlo.
Siempre llueve en Bogotá
Ojos azules le preguntó qué bus tomar para ir al centro y al rato ya estaban hablando de la ciudad, de la primavera…
Le contó que recién llegaba desde Argentina, que iba al centro, a una importante entrevista de trabajo.
Bogotá es más romántica en un día lluvioso. El doctorcito tuvo que esforzarse bastante para que le aceptara su invitación a almorzar, pero hasta una chica atractiva como ella se siente sola en una nueva ciudad.
La entrevista fue mal, muy mal. Por eso Ojos azules llegó un rato antes a la cita y ahí estaba el doctorcito, besándose con otra. No pudo reprimir las lágrimas, giró y salió corriendo bajo la lluvia. Nunca vio venir al enorme demonio rojo. El bus le dio en la cabeza con su gran retrovisor.
—¿Te sientes mejor? —Le preguntó.
—¿Dónde estoy? Mi cabeza…
—Tuviste un accidente. Te traje al hospital.
—¿Y usted tutea a todos sus pacientes, doctor?
—Claro que no, nos conocimos esta mañana, en el Transmilenio.
—No sea aprovechado ¿quiere…? Es la primera vez que lo veo. Déjeme ir de alta que tengo una entrevista muy importante en el centro.
Para Juanchi
—¿Me querés? —me preguntó Juanchi.
Nos conocimos en la plaza. No sabía nada de su familia, tampoco iba a mi escuela, pero seguro vivía cerca. Los otros chicos no jugaban con él porque le gustaba gastar bromas a todos.
También era aficionado a los trucos de magia. Los ejecutaba para mí en una habitación de la casa abandonada.
El lugar no le daba miedo a Juanchi. Había entrado muchas veces y me invitó a acompañarlo. Así, ese escondite secreto, se hizo nuestro lugar especial.
Aquella tarde estaba más misterioso que de costumbre, dijo que estaba preparando un truco genial, que me iba a deslumbrar como ningún otro.
Pasaron dos semanas sin noticias de Juanchi por la plaza y decidí buscarlo en nuestra guarida de la vieja casa.
Al abrir la puerta una mariposa voló a mi alrededor y se perdió en la tarde. El cuarto estaba vacío. Solo había una pequeña nota para mí, pegada en la pared. Decía: “¡Al fin pude convertirme en mariposa! ¡Hasta siempre, amiga!”.
Nunca más lo volví a ver. Los chicos tampoco supieron decirme qué fue de mi amigo.
Tal vez con el tiempo te olvide pero, dondequiera que estés, si alguna vez leés esto, Juanchi: —¡Te quiero!