Fotosíntesis
Era una de las primeras habitantes de las selvas equinocciales de lo que hoy es llamado Colombia. Recorría los montes cercanos al río Yarí junto a sus parientes. Sobre sus espaldas cargaba a su hijo y también en un canasto una colección colorida de semillas de palmas. Una noche de tempestad y relámpagos esta mujer soñó que el agua de los raudales, chorros y cascadas, era blanca como la leche y que sobre la tierra emergían ronchas purulentas. Compartió el sueño con su gente, conversaron y decidieron que debían esparcir muchas más semillas de bacaba[1], de canangucho[2], de açaí[3], de chontaduro[4], dejar comida concentrada para los futuros sufrimientos anunciados en el sueño. Al parecer llegarán a las selvas tiempos de rabia, de dolor, de gritos, aparecerá un fuego feroz.
Miles de años después muchos indígenas fugitivos de la crueldad cauchera se refugiaron monte adentro, sobreviviendo apenas de canangucho, de bacaba, de chontaduro, de las pepas encontradas en la selva. “Gracias a las pepas por ahí regadas pudimos salvarnos”, recuerda un abuelo del río Caquetá que huyó junto a su familia de la depredación cauchera siendo apenas un niño.
[1] Oenocarpus bacaba
[2] Mauritia flexuosa
[3] Euterpe oleracea
[4] Bactris gasipaes