El cine
Entró a la sala a media función. Esperó a que sus sentidos se acostumbraran a la penumbra, al olor a humedad impregnado en el tapiz de las butacas. Tomó asiento en la tercera fila y esperó. En pantalla, la escena de un grupo de hombres turnándose el cuerpo de una joven embarazada terminó por arrancarle el pudor. Respiraciones agitadas a dos asientos, gemidos en la hilera de atrás. Miró de reojo hacia el otro lado del pasillo, un hombre con sobrepeso se masturbaba. Un intercambio de miradas cómplices y, en menos de un minuto, el sexo del gordo en su boca. Cerró los ojos, fantaseó con la idea de ser la mujer de la película; se imaginó rodando cientos de escenas, con hombres de todas las edades, de todas las razas. Un líquido viscoso bajó por su garganta.
Salió del cine con la cabeza gacha. Caminó tres cuadras y subió a su carro. De la guantera sacó una botellita de enjuague bucal, le dio un trago, hizo buches y escupió hacia la calle. Arrancó el motor, se miró en el espejo retrovisor. Sintió vergüenza, ganas de llorar.
Llegó a su casa casi anocheciendo. Abrió la puerta, todo estaba a oscuras. Dejó las llaves sobre la mesita de la entrada y caminó hasta el interruptor. Encendió la luz. Un coro de voces gritó, al unísono: “¡Feliz cumpleaños!”.
Ahí estaban: familia y amigos cercanos. Un niño pequeño corrió hasta sus brazos, le dio un beso en la mejilla y le dijo:
—¡Felicidades, papi!
Semblanza:
Carlos Román Cárdenas. Contador público de profesión. Nacido y criado en la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, México. Sus cuentos han sido publicados en las revistas Penumbria, La Llave, Monolito, Clarimonda. Integrante del Taller Literario de la maestra Graciela Ramos Domínguez.