Pensar en la sociedad a través del maltrato infantil no es cosa fácil. El dolor, el coraje, no hace menos que dificultar nuestra labor de comunicar lo que deseamos: cuando al niño se le maltrata o se le olvida, la sociedad por lo tanto, se desprecia así misma.
En la sociedad mexicana existen acontecimientos vergonzosos sobre el trato para con los niños. Un caso que no deja de causar dolor es la Guardería ABC en Hermosillo, Sonora, donde murieron calcinados 49 niños, y más de 100 resultaron heridos en el 2009.
Un evento que conmocionó a todos, pero que también deja ver los alcances que tiene el hecho de que las leyes o los derechos humanos, en este caso, de niños y niñas, no sean respetados a cabalidad.
Sabemos, gracias a nuestra práctica clínica con adolescentes, que el maltrato a niños sigue estando presente en los pueblos y en las ciudades.
Jóvenes que reclaman un lugar para manifestar un dolor que ha estado silenciado, a veces por miedo, otras por un idealismo impuesto por los mismos padres cuando se trata de no chillar como niña.
De acuerdo a la OMS se estima que una cuarta parte de los adultos en el mundo han tenido una experiencia de algún tipo de maltrato o abuso, experiencias que pueden ser de tipo físico, sexual o psicológico.
Y por supuesto, el maltrato o abuso de cualquier tipo, marca a veces hasta indefinidamente al adulto y por consiguiente, a la sociedad donde el sujeto se encuentra inmerso.
Diríamos, que los caminos por los que ha de transitar un sujeto, estarán marcados posiblemente por las experiencias que se tengan en la infancia. Aspecto que para algunos, establecerá la difundida premisa infancia es destino, cosa que no siempre ocurre, por cierto.
Hay historias de niños y adolescentes, inclusive de adultos, donde se cuenta cómo ante una sexualidad infantil obstaculizada, adviene por consecuencia, un adulto con diferentes patologías en su sexualidad (Freud, Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa, 1912).
Lo preocupante es que hoy, en pleno siglo XXI esos hechos de horror continúan, cuando se podrían esperar avances importantes en el terreno de los derechos humanos.
Se continúan las prácticas en menoscabo del alma infantil, y que como escribiera Morton Schatzman (El asesinato del alma, 1977) al respecto del mal-trato a niños, muchas veces se hace en favor de una educación basada en la obediencia incondicional, que de acuerdo al psicoanálisis, no es otra cosa más que la desaparición del sujeto, en tanto se oblitera el deseo.
Y cuando se asesina el alma de los niños, ya sea con golpes o con palabras, o con experiencias intempestivas de tipo sexual, no podemos dejar de pensar en cómo eso configura una sociedad que se desprecia a sí misma.
Nuestra idea es que si la sociedad, es decir, el adulto como representante de la misma, maltrata o abusa de los niños, no es más que un reflejo del desprecio y la violencia hacía sí.
Cuando hemos tenido oportunidad de cuestionar y confrontar a adultos, sobre todo madres y padres de familia, acerca del maltrato que dirigen a sus hijos, es común que respondan con un así me educaron a mí.
Entonces, resulta interesante confrontarlos con su propia historia preguntándoles si acaso fue de su agrado tal tipo de educación. Claro que terminan contestando que no les gustó, y que tampoco comprenden por qué lo hacen con los niños, cuando se supone que son los seres que más quieren en sus vidas.
Y es en esa contradicción que encontramos alguna suerte de verdad, la de que el maltrato, el abuso hacía los cuerpos, conlleva un ejercicio de poder, lo cual habla de un placer conseguido y producido.
En un psicoanálisis, es posible que la verdad del sujeto se revele; que el padre de familia llegue a aceptar un deseo por ejercer poder sobre su hijo. Madres que han llegado a confrontarse con su deseo de ver muerto a su hijo para poder liberarse de las ataduras.
De ahí que entonces, se hace necesaria la instauración de leyes para velar por la vida de los niños, mismas que podemos observar en Los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes (cndh.org.mx).
Las leyes entrarían en la sociedad a manera de un aislante: la ley para aislar al adulto del niño, para establecer una separación necesaria entre ellos, que en otras palabras, significa el establecimiento de límites cada vez más claros entre los dos, pues al parecer, a muchos adultos no les ha quedado claro, que los niños tienen derechos, y que de acuerdo a esos derechos, son prioridad en todo sentido.
Pero como decíamos, posiblemente, el maltrato infantil es en función de un desprecio que la sociedad tiene para consigo misma,
Por tanto, todas las historias donde existen niños golpeados con palos, azotados con cables, niños pervertidos con armas o palabras, representan a los adultos que algo están diciendo sobre sí mismos. ¿Cómo entender el maltrato a lo que más se quiere?
¿Cómo explicar que aún con la existencia de acuerdos internacionales, sigamos escuchando en el consultorio o en las noticias, que la violencia y los abusos siguen ocurriendo?
Entre tanto, mientras podemos responder esa clase de preguntas, sería preferible seguir los derechos de los niños, pues respetándolos, estamos seguros, que se respeta la vida.