“Myths are public dreams, dreams are private myths.”
Joseph Campbell
El hiperrealismo es la trampa más sofisticada del siglo XXI, ya sea en la literatura o la pintura, la promesa de que el espectador se quede boquiabierto ante la exactitud de lo que observa opaca los verdaderos límites de este estilo. Por un lado, el término no abarca la propuesta artística. Sucede que el nombre lleva una carga irreal de exactitud, de que el espectador de hecho podría estar viendo algo real.
Es un engaño simple, similar al de un mago frente a la audiencia que sabe que debe existir una explicación, pero de igual modo aplaude al ser burlado. En el caso de los artistas hiperrealistas, el problema es que no existe búsqueda de engaño; sí, la mujer bajo el agua puede verse idéntica a una fotografía, que ya de por sí es un medio engañoso y falso, pero no existe una mujer de 2×2 metros, que sólo sea rostro y que no tenga más dimensiones.
Parece simplista la razón; sin embargo, es necesaria, pues si no existe la intención, entonces el nombre queda corto. Por otro lado, el hiperrealismo se ha vuelto más un examen final que una corriente. Quienes se identifican con el término suelen excluir otras formas de arte, especialmente conceptual, para saborear la meta de que su cuadro es preciso y casi real; que sí está trabajado.
Sabiendo estas diferencias, uno puede reconocer artistas que son injustamente clasificados como hiperrealistas y que no han sido analizados tan bien como se podría. Uno de los casos más importantes es el de Víctor Rodríguez, artista mexicano que radica en Brooklyn, cuyas piezas han sido una y otra vez minimizadas como hiperrealistas.
Lo cierto es que su obra tiene mucho que ofrecer desde la libertad del espectador que la analiza y no se limita a escenas casuales ni a elementos llamativos que “prueben” lo real que parece ser. Si dejamos a un lado la bella precisión de sus pinturas, podemos encontrar momentos, retratos perfectamente organizados para estilizar la figura, usualmente una mujer, e incluso, la misma mujer.
Su más reciente exposición, Sisyphus Psychedelic, es una colección que recopila su obra sin mayor pretensión que la de un artista con historia, tiempo y un espacio correcto, y aún así hay mucho que degustar.
Así como tenemos fe de que cada día sale el Sol, también es necesario creer en aquellos mitos que rigen nuestra vida. Es importante crear o complementar nuevos mitos que muevan nuestro universo diario, aunque usualmente no somos tan conscientes de ese proceso. Es normal, por ejemplo, que el cuerpo femenino sea sometido una y otra vez a nuevas revisiones que buscan detallar lo inexplicable.
Esto sucede hacia ambos extremos, aquellos que buscan que la mujer siga siendo un objeto meramente sexual y aquellos que luchan porque se reconozca su independencia. Lo femenino siempre está cambiando, siempre se está mitificando, especialmente en las artes. Víctor Rodríguez logra un equilibrio filosófico, pero sutil, sobre las mujeres.
Su cuadros representan escenas comunes que han sido idealizadas por revistas, películas y música: mujeres arreglándose, pintando sus labios, hablando coquetamente por teléfono, fumando, etc. El giro, y su mayor fortaleza, es que nunca pretende hacerlas pasar por casualidad, como el fotógrafo que ve a la mujer en una pose naturalmente bella y la retrata, ni como las modelos que deben fingir espontaneidad.
Siempre estarás frente a un cuadro que sabe lo que es, es un enfrentamiento similar, aunque más pacífico, que el que Egon Schiele propuso al pintar a una pareja haciendo el amor y viendo directamente al espectador. Se trata de un reto, de un diálogo íntimo, que puede abarcar cualquier tema, ¿por qué?, porque es una plática de domingo o una charla entre parejas. Sí, mientras la mujer se arregla puede hablar de física cuántica; sí, mientras se pone lápiz labial también puede intentar definir la importancia de la mitología griega para occidente.
No enaltece a la mujer, ni la rebaja a lo sexual; en cambio, le da el poder de la normalidad y del cambio diario, de mitificarse y desmitificarse las veces que le venga en gana frente a un espectador que, al no poder alcanzarla, se conforma con observar su camaleónica naturaleza.