Son tiempos de agacharse, tiempos de bajar la vista, de no hacer nada porque ya todo está hecho o porque otros lo harán. Tiempos difíciles cuando ya no se levanta la voz y por lo tanto, no hay mayor avance en la cultura.
En una vieja película mexicana (Allá en el bajío, Dir. Fernando Méndez, 1942), aparece un personaje que durante cierto tiempo agacha el sombrero y le dicen agachón. Y se agacha porque tiene miedo de enfrentar a una banda de ladrones que intentan robar las tierras de su comunidad.
Nadie hace nada, unos entretenidos en amoríos, otros en la cantina, hasta que el agachón toma valor y los enfrenta convirtiéndose en un héroe para su propia comunidad.
Desde aquellos tiempos surge esa palabra despectiva para referirse a toda aquella persona cobarde que baja la vista ante el delincuente, la autoridad o quien sea que denote alguna fuerza superior.
Se les decía agachones, con lo cual se hacía hincapié en la cobardía y la falta de responsabilidad frente a los problemas que se les ponen enfrente, comunidades enteras que poco o nada hacían frente a las injusticias de antaño.
Nos referimos a robos de tierras como en la película mencionada, a las arbitrariedades por parte de los políticos, y otra serie de eventos que denostaban la posición de las personas cobardes.
Actualmente, encontramos sectores de la sociedad que bajo el disfraz de un discurso pacifista evita meterse en problemas y no levanta la voz, o no protesta cuando son víctimas de alguna injusticia.
Como evidenciara Marcos Roittman (El pensamiento sistémico: los orígenes del social conformismo, 2003), existen sectores de la sociedad que han dejado de manifestarse a razón de un trueque o acuerdo que parece estar costándole la vida a la vida en comunidad.
La persona deja de decidir una vez que un sistema que ni conoce decide por ella. Y deja de decidir porque sin lugar a equivocarse, una decisión no es cosa fácil, entonces deja que el sistema o la forma de vida decidan en su lugar.
Para que tal fenómeno sea posible, el sistema, particularmente en el mercado, ofrece las supuestas posibles opciones, que son dos o cinco o las que sean, pero que son impuestas para que la persona crea que decide entre una y otra.
Pero en realidad no decide nada, en tanto las opciones están determinadas. Podemos entender que ahí no existe una decisión propia, es ajena, es de otro orden.
Ante ese contexto, la persona se ve colmada en cuanto a sus deseos, o al menos eso es lo que se le hace creer y donde pudiera existir un deseo de crear y manifestarse se reprime para dar lugar a la conformidad.
Entonces tenemos, represión y conformidad que producen sociedades no sólo enajenadas, como se diría desde una perspectiva sociológica, sino además, estamos hablando de sociedades que dejan de alzar la vista y gritar cuando es necesario.
Nuevamente, el discurso que subyace y mantiene este tipo de cotidianidad es aquel que dice: es el mundo que nos tocó vivir. Con lo cual se hace presente la premisa de premiar la abnegación, al fin y al cabo, el cielo será para los sufridos.
Sin embargo, más allá de ese discurso que ya denota la pasividad en la que está inserta la sociedad, escuchamos que no hay deseo alguno de cambiar, de moverse, pues cada vez resulta más cierto que nada se puede hacer frente a los embates de la injusticia y la crueldad con la que operan ciertas entidades que representan al pueblo.
¿Cómo hacerle frente a la política corrupta si todo parece manejarlo? ¿Cómo enfrentar a la criminalidad si ellos poseen los medios y las armas, y ostentan el poder?
Pero tal vez lo interesante no está en ese tipo de preguntas. Dicen que el hacer buenas preguntas conlleva mejores respuestas. Si en lugar de preguntarnos cómo, recurriéramos al cuándo.
¿Desde cuándo dejamos de preocuparnos por el semejante? ¿Cuándo nos invadió el miedo y bajamos el sombrero para no ver a los ojos la maldad del poderoso?
Y lo más importante, ¿hasta cuándo podemos aguantar los atropellos y las burlas de las que está hecha esta sociedad? Porque como sabemos, se aguanta porque se puede, y se está en determinada posición porque se puede, de otra forma no se entiende.
Y hablando de la sabiduría popular, de los dichos desde donde se expresa el pueblo, hay uno que no podemos dejar de enunciar aquí: tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe.
¿Cuántas grietas más le hacen falta al cantarito para que por fin deje de llevarles el agua a lo patrones?