Los niños no son personitas políticamente correctas, son seres con tendencia a la verdad.
Días atrás, durante la inauguración de la 36° Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, una niña pequeña, estudiante de una escuela primaria corrigió en público al secretario de Educación de México (Aurelio Nuño) quien pronunciaba mal la palabra “leer”. ¿Les gusta ler? Preguntaba el funcionario y nadie decía nada, pero en cuanto la niña le corrigió el error en pleno estrado y ante medios de comunicación internacional, todos dijeron (dijimos) algo.
¿Cómo un secretario de Educación llega a tal punto sin que nadie le corrija la plana?, ¿tienen que llegar los niños a hacer nuestro trabajo? Todos callaban mientras se oía en el mundo: “seguro van a ler, ¿sí o no?, ¿ustedes van a ler?”. Andrea corrigió amorosamente al oído de Nuño cuando lo consideró oportuno. Hizo el trabajo que muchos no habían logrado hacer.
El funcionario jocosamente pasó el momento vergonzoso, sonrió, dijo tres palabras y la viralización del acto comenzó. Luego escuchamos que la niña había sido castigada, después que siempre no; solo ella, el establecimiento y la familia sabrán la verdad.
Siempre hablamos de llamativas Reformas Educativas, pero nadie habla de reformar a la sociedad. Más Andreas necesitamos, más niños dispuestos a decir la verdad, más adultos con alma de niños que tengan hambre de sinceridad.
Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad.
Los niños están hechos de una mezcla de espontaneidad, sinceridad e ingenuidad y es hasta que ya se va avanzando en años que los humanos aprendemos el fino arte de mentir por conveniencia, mentir por no herir, por educación, por empatía o sencilla y burdamente: mentir.
La verdad viene instalada en nuestro comportamiento, es la sociedad la que nos enseña con duros castigos a ser expertos en artes diplomáticas, matando de a poquitos toda frescura de ideas. La sociedad como conjunto nos enseña a que es mejor pensar antes de hablar y a no decir la verdad, eso, lo primero que se nos viene a la mente. Aprendemos a mentir.
Los niños son crueles, decimos, y no nos gusta la crueldad; o quizá lo que nos desagrada sea la verdad.
Caemos entonces en la dualidad que dificultosamente los niños van aprendiendo, a medida que van relacionándose más con las personas fuera de casa. “No mientas”, “niño, no se miente”, “¿has oído la historia de pedrito y el lobo?” o incluso hasta “mentir es pecado”, todas frases que reciben los niños a cada momento y de diferentes emisores. Ellos entienden claramente que hay que decir la verdad, pero en cuanto nos sueltan una frase tan cierta como cruel con aspavientos condenamos su verdad.
¿Qué queremos entonces? Seres que naveguen entre la línea de la mentira y la verdad con habilidades supremas. No aceptamos frases como: “estás gorda”, “esa no es barba, son solo pelitos”, “no, tú eres fea”, “no pareces tan inteligente”, “dice papá que no está en casa”, etcétera.
Condenamos la emisión de juicios sinceros y castigamos cuando públicamente replican lo que siempre se escucha en casa: hipocresía, duplicidad. Hay que saber dónde, cuándo y con quién fingir, a eso llamamos alegremente buena educación.
Si quieres saber la verdad en bruto pregúntale a un niño, a una Andrea sincera.
Hasta cierta edad nos parece gracioso, pero como tomes tamaño y forma de adulto, si respondes sin filtro te esperan insultos, uno que otro grito, la pérdida de familiares y amigos o bien un golpe bien puesto para que no se vuelva a repetir. ¡Aprende a mentir!
Si todos fuéramos andando por la vida con un polígrafo bajo el brazo, otras serían nuestras amistades y realidades, nos ahorraríamos el conocer a timadores y habrían muchos más despidos, divorcios, expulsados, ateos, partidos políticos y funcionarios.
Lancemos una verdad de vez en vez y no la satanicemos. Volvamos a ser niños, volvamos a la sinceridad y desaprendamos la conducta estudiada. No, ese vestido no te queda bien. No jefe, no es así. No papá, esa no es la verdad. No, catedrático, no entendí. No, cura… No, pastor… No, hermano… No, Gobierno, no.
No, secretario, no se dice ler, se dice leer.