Escribir, ser escritor, no es inventarse historias. La Literatura no es un encadenamiento de hechos más o menos afortunado que no conduce a ningún sitio y que no se sabe muy bien de dónde sale. Escribir es darse. La Literatura es, pues, algo íntimo.
La fama no tiene nada que ver con la Literatura. Hay escritores famosos que no son escritores. Y, por supuesto, hay escritores desconocidos que sí son escritores. Tampoco los premios tienen nada que ver con la Literatura.
Y, como decía Constantino Bértolo en Una poética editorial, en unos tiempos en los que para lo editorial el mercado es el fin y no el medio, las críticas solo son otro tipo de publicidad.
«En el mercado; para el mercado. En ese juego de preposiciones descansaría la pertinencia entre la edición literaria y la edición comercial literaria», aclara Constantino. La pregunta es: ¿queda alguna editorial literaria?
Pero sigamos con el asunto de los falsos escritores, esos que no se dan. El falso escritor no siente lo que escribe, no se mete en la historia, la escribe desde fuera, la escribe sin escribirla, lo que escribe no tiene densidad.
El escribidor ―en algún momento tenía que salir (3ª acepción)― empieza, por ejemplo, hablándote de un autodidacta y en la página siguiente te habla del cursillo que su autodidacta está cursando.
El escribidor, cuando su historia se desarrolla en cuatro días (del 1 al 4 de enero), te dice que tal cosa ocurrió el 2 de enero, por ejemplo, en vez de hablar de ayer, anteayer o trasanteayer, que es lo que haría un personaje de verdad.
El escribidor, al escribir desde fuera, pierde la coherencia, y te dice, por ejemplo, que el chico, aunque estaba gordo, no solía madrugar. O que estaba gordo porque comía nueve veces al día. O porque su madre siempre tenía la nevera llena.
El escribidor también suele utilizar un lenguaje impostado, frases farragosas, vocablos inadecuados, una poética poco poética, una voz sin voz, páginas de más y ausencia absoluta de magia.
El escribidor, si es famoso, se lo cree, pues escribe para lectores inocentes que en su ausencia de magia ven una magia ¿potagia? y en su ausencia de coherencia, la genialidad de los inspirados.
El escribidor es una plaga. En unos tiempos en los que casi nadie lee, prolifera el escribidor cubriendo el mercado editorial, aplastando con su corpachón a una Literatura que ya está en peligro de extinción.
El escribidor escribe historias sin alma para lectores con sensibilidad restringida, historias que pueden llegar a adquirir gran relevancia, todo vale en un mercado que no entiende ni quiere entender de sutilezas.
Es muy probable que la mayoría de los libros que hay en el mercado estén habitados por personajes sin alma. Personajes muertos. Personajes que no existen. Si así fuera, para distinguirlos habría que poseer una sensibilidad especial. Si así fuera, las librerías y las bibliotecas serían también cementerios subjetivos.
Ilustración: David Underland (Pexels)