Los combatientes es una novela desesperada. Los combatientes es una novela sediciosa. Los combatientes es una novela biliosa. Los combatientes no es una novela.
Habría que redefinir la palabra novela. Lo haré yo mismo. Novela: obra literaria (larga) donde predomina la ficción. Y sospecho que en Los combatientes predomina más la no ficción.
Cristina Morales me ha seducido: «Es curioso lo cerca que están el machismo paternalista y el feminismo casposo». Me ha hecho sonreír: «MIGUEL ÁNGEL CÁLIZ: Por discriminación positiva no ha sido».
Y me ha hecho sentir vergüenza ajena: «CRISTINA: Una minoría de españoles, agazapada en los bancos, en la gran propiedad territorial e industrial y en los negocios financieros que se realizan con el amparo directo del Estado, ha obtenido grandes provechos, explotando la debilidad nacional y enriqueciéndose a costa de las anomalías y deficiencias sobre las cuales está asentada nuestra organización económica entera. Gente, pues, para la que el atraso mismo del país es un medio magnífico de lucro».
Este libro de Cristina Morales despliega un no sé qué que me fascina. «Precariedad porque las cajas están hechas de artificio y de ellas sale artificio y yo soy un ser esencialmente artificial […]».
Al leer estas palabras, pienso en la persona como producto social. Un producto viciado, corrompido, impuro. El producto de una sociedad que nació decadente. Un producto que ha enfermado de gravedad.
El grupo de teatro de nuestra protagonista está «alienado contra el poder». Explica ‘Cristina’ en Lectura fácil (Premio Herralde 2018) que «alienación es la identificación de nuestros deseos e intereses con los deseos e intereses del poder. […]. Te das cuenta de lo obediente que eres y no lo soportas. Entonces sí que estás alienada».
Los combatientes nos habla de la fuerza de la juventud. De su poder. Del poder que tienen los jóvenes para cambiar las cosas. De su responsabilidad. En ese sentido, podríamos decir que es un texto revolucionario, subversivo, conspirador.
Cristina Morales clama —pide imperiosamente— a través de Los combatientes. Su petición es clara y contundente. Se dirige a los jóvenes y les pide que combatan.
Lo que yo ya no sé es cuántos jóvenes han leído Los combatientes. Me temo que pocos. Y que los pocos que la han leído eran los que menos necesitaban leerla.
Cristina Morales ha escrito un libro original, atrevido, rotundo. Un libro-clamor que te interpela. Un texto que es literatura —especial atención a la brillante conversación entre Vladimir Maiakovski y Alonso Cano— pero también análisis social. Una novela de no ficción que hurga en nuestra falibilidad —cualidad de falible: que puede engañarse o engañar/que puede faltar o fallar— al tiempo que exalta nuestras capacidades.