Leer o no leer. Y qué leer. Y cómo leer. Los hombres leen menos. Las mujeres leen más. Leer para ver qué pasa. O para ver cómo pasa. Hay quien abandona un libro cuando aparece el primer tópico. Otros, sin embargo, se tragan los clichés sin darse cuenta o sin querer darse cuenta.
Hay quien disfruta con un inciso brillante, o con una prosa certera, o con un ritmo de los que no te dan respiro. Y hay quien disfruta con la trama, o con las promesas de lo que vendrá, o con las intrigas, cotilleos y demás vulgaridades.
En cualquier caso, lo importante es disfrutar. La literatura debe ser disfrute. Cuando escribes y cuando lees. Si te lo pasas pipa con las novelas rosa, cómpralas a pares, no te avergüences. O escríbelas. Si te gusta el crimen, lo mismo. Lo importante, repito, es leer, leer mucho, y disfrutar de la lectura, dejarse arrastrar por lo contado. O escribir, escribir mucho para ti. Solo para ti. Si no te gustas, difícilmente gustarás a otro.
Escribir o no escribir. Y qué escribir. Y cómo escribir. ¿Los hombres escriben más? ¿Las mujeres escriben menos? No lo sé. Escribir para aprender a preguntarnos por qué escribimos. Y leer para aprender a preguntarnos por qué leemos.
Leer es escribir. Y escribir es leer. El lector reescribe el libro con su lectura. Todas las lecturas son artísticas. Cada una a su manera. Se piensa que el escritor es el creador, que todo el mérito es suyo, que es el orador silencioso al que nadie interrumpe. No es cierto. El lector escribe su mitad. Al reescribir la obra, escribe su mitad.
El escritor es el primer lector de su obra. No todos los textos son artísticos. Algunos son puro entretenimiento. Dicen los entendidos que el arte ha de aportar algo nuevo. Contribuir, añadir, dar. Si no aporta nada, no es arte. Si no aporta nada nuevo, es artesanía. La voz, el estilo, la personalidad, el ingenio, la precisión y la magia son los ingredientes indispensables de toda obra literaria.
Lector y autor se complementan, se completan, se ultiman. Sin lector, la obra escrita queda incompleta. Si eres escritor, disfruta. Si no disfrutas tú, no disfrutará nadie. Vale, algunos se lo tragan todo. No pienses en esos. Piensa en ti. Sé tú. Que tu historia vaya más allá. Si una vez terminada la lees con facilidad y te conmueve y te remueve los goznes, date por satisfecho. La lectura es entretenimiento. La literatura es trascendente.
¿Escribir sin estilo? Nadie quiere escribir como todos. Todos quieren escribir como nadie. Pocos lo reconocen. Se conforman con lo que tienen. Sus textos son vulgares, no hay un cómo personal, el lector no reconocerá la obra si no va firmada, son textos sin voz. Y como no tienen cómo, se centran en el qué. En la historia que cuentan. Cuentan historias sin voz, historias sin estilo, podría haberlas escrito cualquiera.
Pero qué más da. El público lector quiere historias que le entretengan. Las editoriales del gran público no buscan literatura. Buscan entretenimiento. Crímenes. Salvajadas. Escándalos. El lector medio no entiende de sutilezas. Al lector medio hay que darle lectura precocinada. Con tanto libro como se publica, habría que preguntarse cuántos tienen voz. Habría que preguntarse también por qué se publican libros carentes de voz.
Porque se venden mejor. Por eso. La literatura precocinada se vende mejor porque es más cómoda de leer. Hoy día, los lectores hablan mucho de su zona de confort. Es una zona en la cual todos los libros están narrados más o menos de la misma manera. Lectura mascada. Escrita toda igual. Para que se sientan cómodos. Para que no piensen. Los lectores no deben pensar. Los lectores deben comprar.
Burguerliteratura. Lo búrguer como tendencia.
Foto: Engin Akyurt (Pexels)