Reseño unos veinte libros al año. Publico artículo quincenalmente, pero, cuando los últimos libros leídos no me han convencido, aprovecho el hueco para romper la monotonía. Las veces que esto ocurre, improviso. Escribo lo que salga. Y suele salir lo que tengo dentro.
Hablemos de los libros que no reseño. Hablemos de los últimos cinco libros que no he reseñado. Libros que cuestan entre quince y veinte euros. Algunos me los envían, sí, pero otros los compro yo. Y vaya cara que debo de poner cuando dejo el libro en las primeras páginas.
No entiendo por qué se publican algunos libros. A los autores sí los entiendo. Es a los editores a quienes no entiendo. La culpa siempre es del editor. Supongo que hay seguir, que hay que publicar, y que lo más importante es encontrar autores que garanticen la continuidad de la editorial.
O sea, escritores que vendan. Escritores que tengan un mapa de relaciones amplio y culto. Escritores sociables. Ya pasó el tiempo de los huraños. El escritor solitario no interesa. En cuanto al texto, qué más da, el público lector se lo traga todo.
Terminé el otro día la novela A. Editada por una editorial que ya querría yo para mí. Ensalzada por los grandes medios. Ensalzada por los grandes críticos. La leí enterita. No me salté ni una coma. La técnica de la autora no admite discusión. Sin embargo, al libro le sobran cien páginas, contiene un error argumental de peso y la refinada prosa termina devorándose a sí misma en un exceso abrumador.
Sigamos con el libro B. No pasé del quinto capítulo. También es de un autor consagrado. Lo intenté, quería leerlo, pero el tono chirriaba, la atmósfera me pareció espuria, y no tenía ritmo ni magia, por no hablar de la precisión, la coherencia o el ingenio.
Con la novela C sufrí aún más. Leí dos veces los cuatro primeros capítulos. Quería que me gustara. No diré por qué. Y no. El estilo era vulgar, la historia era vulgar, y encima encontré errores, erratas y obviedades.
Abandoné el libro D en el segundo capítulo. El libro D es un libro gordo. Después de leer los dos primeros capítulos, que se me hicieron largos-largos, no quería ni pensar en continuar, y de verdad que no leería ese libro ni aunque me pagasen, y de verdad que no entiendo como el editor de turno lo publicó, a no ser que no lo leyera, ya que también esta obra es de un autor consagrado y entonces no hay necesidad de leerla porque se va a vender bien o medio bien.
Libro E. De principio a fin. No me salté ni los renglones torcidos. Sobra la mitad. Tiene cuatrocientas páginas y debería tener doscientas. De nuevo una firma de cierto prestigio.
Como decía Chirbes, la fama es, en buena parte, ruido mediático, fruto de buenas relaciones aquí y allá, el tamtam y los que hacen sonar los tambores.
Como decía Chirbes, cuando volvemos a leer esos libros prestigiosos ya desprovistos del ruido que se creó en torno a ellos, resulta que apenas son nada.
El criterio. ¿Dónde está? ¿Quién se lo llevó? No publico críticas negativas porque no leo lo suficiente. No sería justo que hablase mal solo de unas pocas obras. O de todas o de ninguna. Además, ¿a quién le importa? El lector medio solo quiere distraerse. Y el editor, ganar dinero. ¿Que qué quiere el autor? El autor quiere un éxito que no existe. Pues la gloria literaria, en el caso de existir, será siempre íntima.